“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

NOCHE DE LOBOS


Noche de aeropuerto. Otra más. Puede que tener a mano un McDonald’s le reste un poquito de épica, pero a cambio te regala cantidades de surrealismo potencialmente infinitas.

5 de la madrugada. Enfrente, una familia evangélica. El hijo mayor recitando pasajes de la Biblia y advirtiendo a su hermano pequeño de los peligros del Enemigo, que acecha por todas partes. Aunque no hay temer, porque Dios está contigo, varón. Un poco más allá, dos mujeres solas, instaladas en la cincuentena desde hace unos años, pero sin nada más en común. Una impecablemente vestida, peinada y teñida, fular estampado con la dosis justa de exotismo salvaje. El puto reloj biológico es implacable. La otra, mochila de aventurera al lado, botas de montaña, pelo recogido. Que los relojes sean implacables no quiere decir que no haya más de un modelo. Y está claro que en el Norte de Europa hay más cosas que llegaron antes, aparte del invierno y el tartar de salmón. Ten Fe en Dios, varón. Y yo pienso que a estas horas es difícil, casi tanto como no cuestionarse la eficacia de una seguridad de aeropuerto que come montañas de hamburguesas de madrugada.

Cuatro chicas. Isleñas. Es casi imposible encontrar cuatro maletas más feas juntas. Quizás debería preguntarle al ministro evangélico qué opina. Eso y si ver a chicas sentadas encima de maletas intentando cerrarlas es algo que le hace especial gracia a Dios, porque no creo que pase un solo minuto sin que eso ocurra en algún lugar del mundo. Una especie de bucle. Hablando de bucles, es reconfortante ver que el ciclo de la vida no peligra: está a punto de empezar algo a medio camino entre un documental y una comedia adolescente. Cuento hasta 10, y antes de llegar a 6, nuestros chicos han cumplido. La mirada del cazador experto ha tardado nanosegundos en localizar a las chicas. Explosión de creatividad: están intentando convencerlas de que van de viaje a Helsinki por el cumpleaños de uno de ellos. Oh, poderoso Dios. La familia evangélica se ha ido hace rato, pero quedan muy modernas estos paréntesis en cursiva.

Entiendo que la pijería chulesca madrileña pueda irritar a muchos, pero terminar la noche en un MacDonalds de aeropuerto y entrar con los cubatas en la mano es un toque de clase acojonante. España 1, Resto del mundo 0. Por cierto, la vitrina que separa las mesas y la caja se compone de 35 tomates, 35 manzanas y 60 zanahorias en 5 filas. El minimalismo futurista siempre me ha parecido inquietante, y tan aséptico como una clase de Ciudadanía bien dada. Y también es muy moderno.

La noche se acaba. O mi espera, más bien. Me largo a la otra terminal, a ver si esta vez consigo parecer lo suficientemente peligroso como para merecer un registro.

SÍNDROMES V. SÍNDROME DE TAKOTSUBO.


Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.

Síndrome o miocardiopatía de Takotsubo: debilitamiento temporal del miocardio que puede ser desencadenado por estrés emocional, por lo que la enfermedad es conocida también como "síndrome del corazón roto".
 
Además de ludópata, soy un bocazas. No sé en qué momento se me ocurrió decir en voz alta que siempre había querido ser japonés, porque lo peor que puede pasarte con ciertos deseos es que alguien se empeñe en que se cumplan. Y tú lo hiciste. A conciencia, además.

No podía imaginar que con cada paso que daba hacia ti me metía más y más en zona de exclusión. Ni que aquello verde era uranio y no wasabi. Ese es uno de los muchos problemas que provoca querer ser japonés sin saber lo bastante de anime. Y no hablo de no distinguir entre sushi y sashimi, que eso ya es para nota. Hablo de no saber que la clave estaba en los cerditos. En ninguna otra parte. Que son el único talismán que vale, aquí y en Pekín, y que la nostalgia no se quita con madroños, por mucho que todo hubiera comenzado un domingo en Madrid. Ese fue mi fallo, ser demasiado occidental para entender que en Oriente el horizonte es símbolo de muerte. Por eso, por idiota, me marché alegremente con una oferta de trabajo como samurai nuclear en el bolsillo. Y me fui hasta el mismísimo borde del mapa, al Oeste de todo, incluso de mí mismo. Fue como hacerme el hara-kiri.

Y como todo buen suicidio ritual necesita un kaishakunin, un ayudante, apareciste tú para serlo. Joven aunque sobradamente preparada. Y con experiencia. El único problema es que entendiste las instrucciones justo al revés, que no es lo mismo que leerlas de derecha a izquierda, y lo que debería haber sido algo rápido y sin dolor se convirtió en una agonía inacabable. Como las piernas de las chicas manga, como los partidos de Oliver y Benji. O la gota de agua.

Lo nuestro no tenía ni pies ni cabeza, eso lo podía ver cualquiera. Incluso yo, si me apuras, pero no podía permitirme fracasar, otra vez no, así que reuní toda la épica de la que fui capaz para mantenerlo a flote. Por eso, aunque ya sabía que en los grandes horrores no hay literatura, decidí hacerle caso al poeta, que recomienda ser como el pulpo, ese gran maestro del camuflaje. Así que me adapté a sus costumbres, a las tuyas. Me apunté a la piscina, a la autoescuela, a clases de francés. Hasta subí en la montaña rusa, con el vértigo que tengo. Todo menos reconocer el error. “Sostenella y no enmendalla”, como si fuera el puto Cid. O un héroe homérico. O un samurai. No son mundos tan alejados. Culturas de la vergüenza las llaman: el honor como algo incuestionable, el valor supremo. Igual que el papel envuelve a la piedra o que el policía es más que el semáforo. Y que nadie meta a la moral en la ecuación.

Gota a gota, al final aquello se convirtió en una trampa. Y no había manera de salir de allí. Menos mal que siempre llevo mis palillos encima, porque no era algo que se pudiera arreglar con un poquito de bálsamo del tigre. Y ojo, que te lo dice alguien que va a los restaurantes a que le hagan acupuntura en vivo. Te aseguro que si no es por los palillos hubiera acabado como Diógenes, que se asfixió comiendo pulpo. Aunque bueno, a mí casi me mató un calamar. ¿No te lo había contado? Pues sí, y él no lo sé, pero yo me lo hubiera tenido bien merecido, porque comer calamares en un congreso sobre la caza en la Edad Media clama al cielo. Si es que se me parte el corazón solo de pensarlo.

En fin, que salvé el pellejo. Y como los orientales son grandes ludópatas y yo de eso sé algo, mientras decido qué hacer me dedico a las apuestas. Carreras de sushi. Ilegales, claro, porque yo soy así. Estoy hecho todo un ronin.

Por cierto, ¿sabes lo que quiere decir Takotsubo? Trampa para pulpos. Luego que por qué lo digo: putas etimologías. Y putos síndromes.