“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

Multiverso (y4)

Hoy no me hizo falta imaginar nada, porque Fabio y yo podríamos haber sido perfectamente la misma persona. Siempre hay distancias que salvar, claro, porque yo nunca he tenido esa pinta de novio ideal de película americana al que incluso el Sr. Jackson, que aniquilaría a cualquiera que pretendiera acercarse a la niña de sus ojos, no tiene más remedio que adorar. Tampoco trabajaría en un club de vacaciones por mucho que hubiera necesitado el dinero, todo sea dicho. Pero él sí, porque quiere recorrer Europa y estudiar lejos de su casa, quizás en un sitio en el que no tenga que imaginarse la luz del sol la mayor parte del año.

Lo curioso es que la gente no entiende su permanente sonrisa, desde las 7 de la mañana en el desayuno hasta el cierre del comedor a la hora de la cena. Con las clases de aerobic acuático a jubiladas alemanas y el teatro para niños por medio. Yo sí. Me costaría más asumir el tener que llevar esos pantalones por encima de la rodilla todo el día, ¿pero eso? A mí me parece evidente. Es la sonrisa del que ha decidido no derrumbarse. La que tenía Shackelton congelada en el rostro los dos años que tardó en volver a por sus compañeros. Solo hay que tener un objetivo.


Contaba Apolonio, en sus Historias Asombrosas, que había quienes afirmaban haber visto, al día siguiente de su muerte y muchos kilómetros de allí, a Aristeas el chamán enseñando Retórica. No sé qué tiene de extraño, ni le veo siquiera el mérito. Yo he estado años sin ti, dando clase cada día. No hace falta ser un chamán para seguir viviendo después de muerto. Solo tener un objetivo. O saber que vendrías.