“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

SÍNDROMES VIII. SÍNDROME DE JERUSALÉN.

Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.
Síndrome de Jerusalén: enfermedad psíquica con carácter de psicosis en la que el afectado manifiesta delirios y se identifica completamente con un personaje del Antiguo o Nuevo Testamento y actúa como tal. La identificación suele ir acompañada por prédicas públicas y plegarias con enfermos. Muchos de los afectados acostumbran a pasearse vestidos con túnicas o sábanas.

Putos síndromes. Pero este no lo tengo, en verdad os digo que no lo tengo, aunque hasta las viejecitas en Málaga lo crean. Palabrita del Niño Jesús. Eso sí, tampoco me voy a hacer la víctima, porque con estas barbas me lo estaba buscando. No será que tu madre no me lo dijera veces, -aféitate, que pareces un terrorista-, pero es que no podría soportar ver la desilusión en vuestras miradas. Soy un cobarde, lo sé, pero también sé que la barba es lo único que me salva de ser una mala persona. Y sobre todo de que la gente se dé cuenta.
Menos mal que ahora parece que se han vuelto a poner de moda y paso un poco más desapercibido, aunque sospecho que entre un millón de personas me seguirían eligiendo a mí. ¿Que quiénes? Pues todos. El operador de radio obsesionado con la carga de la brigada ligera, el borracho que odia a Galdós por abandonar las islas, el que te recita de carrerilla las declinaciones que estudió en el instituto… En fin, tendrá que ser así, dejaremos que se acerquen.
Vale que las sandalias de cuero y los collares tampoco ayudan precisamente. Pero joder, es que me llevo todo lo malo, porque ni siquiera tengo la más mínima capacidad de convicción. O si la tuve alguna vez, que creo que sí, se me debió de gastar discutiendo sobre cantautores y diferencias horarias. Así que ahora me dedico a lo que se suele llamar predicar en el desierto. Y no hablo de mis alumnos ni de sus padres, lo prometo. Hablo de esa gente a la que es imposible hacerle comprender que no estás raro o que la culpa es de Correos, que perdió tu paquete.
Bueno, casi que me voy ya. A ver si consigo no hacer ruido, que como se despierte seguro que se me echa a llorar como una Magdalena. O me monta un Cristo. No voy a coger ni la ropa, me voy así tal cual. Total, tampoco creo que por una sábana se vaya a enfadar, ¿no? Y en la calle no se va a notar la diferencia. Decidido. Me lavo las manos y me piro. Con Dios.