“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

MI BIGOTE



"Porque te regaló tu primera camiseta rojiblanca. 
Por aquel día en el que te llevó al Vicente Calderón. 
Por los abrazos tras los goles".

Me encuentro esta foto y este texto. Y se me ocurren unas cuantas cosas. Que podría, quizás, marcarme un tanto de cara a la galería (atención al apropiado e ingenioso despliegue de metáforas deportivas) y denunciar un ejemplo -más- de micromachismo y de mirar muy poquito alrededor. Pero pienso también en lo paradójico de reivindicar modernidad en algo que para muchos es tan poco moderno y reivindicable.

Tiene pinta de debate en bucle. Y como si hay algo que me sobran son bucles y creo que no hace falta demostrar que antimachismo y gusto por el fútbol son absolutamente compatibles... voy a ponerme en plan personal. Que por otro lado es lo que acabo haciendo siempre.
Porque cuando leo esto no pienso en micromachismos, ni en si eres más o menos troglodita por mirar a esos señores en calzoncillos que corren detrás de una pelota. Pienso en mi madre, que es la que me regalo mi primera camiseta rojiblanca y casi todas las que vinieron después. 
Pienso en mi hermano, porque las dos veces que he pisado el Calderón ha sido con él, porque me coló entre sus alumnos en una visita al estadio y casi hace que se me olviden las camisetas perdidas, los balones firmados que se dejaba en los bares y los hombros dislocados.
Y pienso en mi madre otra vez, en aquella Copa del Rey agónica contra el Barcelona. La del Guardiola cojo que parecía el Jack Nicholson de El Resplandor y la historia que tenía toda la pinta de repetirse. No lo hizo, pero mi madre no me abrazó. Dejó pasar cinco minutos y muchas lágrimas y me fue a buscar a la habitación en la que me había escondido a llorar. De nervios y, sí, de felicidad también. Todos tenemos derecho a cobrarnos en alegrías tontas los zarpazos que hacen cola en la puerta y eso es justo lo que yo hice, liquidar los míos por adelantado.
La habitación, por cierto, estaba forrada de fotos de Esnáider. Y eran de mi madre, advierto, no mías… porque sí, a mi madre le gustaban los futbolistas argentinos de ojos claros con mandíbula cuadrada, hoyuelo en la barbilla y pinta de empotradores. Es un hecho. Y vivo con ello. Y no, mi padre no encajaba del todo en esa descripción, salvo en lo de que pintaba.
En fin, esto es más o menos lo que se me ocurre. Y espero no llegar nunca a ser tan moderno como para olvidarlo. Porque las madres no solo te dejan anillos de búho, el negro como color para la ropa y el humor y las ganas inconfesables de llevar siempre leotardos o comer sopa de letras.

EL TIEMPO DE LOS ALMENDROS


Ya he dicho que la gente se quedaba poco tiempo dentro del laberinto. Casi nadie entiende que, por complejos que parezcan, siempre hay una lógica interna y particular en ellos. Por eso, por empeñarse en aplicar la suya propia ignorando las señales, antes o después se acaban perdiendo. Pero tú no. Y lo curioso es que no necesitaste apenas nada. De alguna extraña manera te diste cuenta enseguida de lo pequeño que era y de que todo estaba construido a escala, así que solo tuviste que dar un paso atrás y levantar la vista.