“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

PARADOJAS III. LA PARADOJA DE NEWCOMB.



Hacer siempre lo incorrecto es una forma de acertar

Paradoja: Ret. Figura de pensamiento que consiste en emplear expresiones o frases que envuelven contradicción.
Paradoja de Newcomb: En este juego hay dos participantes: un oráculo capaz de predecir el futuro y un jugador normal. Al jugador se le presentan dos cajas: una abierta que contiene $1.000 y otra cerrada que puede contener $1.000.000 o bien $0. El jugador debe decidir si prefiere recibir el contenido de ambas cajas o sólo el de la caja cerrada. La complicación consiste en que anteriormente, el oráculo ha vaticinado lo que va a escoger el jugador. Si vaticina que el jugador se llevará sólo la caja cerrada, pondrá $1.000.000 dentro de esa caja. Si vaticina que el jugador se llevará las dos cajas, dejará vacía la caja cerrada. El jugador conoce el mecanismo del juego, pero no la predicción, que ya ha sido realizada. ¿Debería el jugador llevarse ambas cajas o sólo la cerrada?


Cuando me contaste lo difícil que te resultaba decidir entre los chicles de fresa y los de menta no pude evitar sonreír. Me pareció que te ponías un poco colorada y entonces te hablé de mi habilidad para invertir cantidades insospechadas de tiempo en elegir en qué banco del parque sentarme. Y que solo tenías que esperar un momento a que me trajeran la carta de tés para comprobar lo indeciso que podía llegar a ser. O que abrir un libro de recetas y quedarme sin comer era todo uno.
Me mirabas como preguntándote si hablaba en serio o estaba loco, hasta que pronuncié la palabra maldición y te echaste a reír por fin. Dijiste que era verdad, que debíamos de estar malditos. Hermosos y malditos, pensé al verte sonriendo así, pero eso no lo dije, claro. Me callé y puse cara de tonto, que siempre se me ha dado mucho mejor que hablar. O que elegir la frase apropiada para ese momento, que es casi la misma cosa.
Total, que al final te tuviste que ir y yo me vuelvo a casa sin darte lo que te había traído. Todo porque las dos cajas que compré eran iguales y se me ha olvidado en cuál de ellas metí tu regalo. Pero es que una caja nunca puede abrirse a la ligera, eso lo tengo claro, que de mitos y gatos muertos se aprende, y mucho. Espero que no pensaras mal al verme jugueteando con la mano en el bolsillo. Aunque ¿qué otra opción tenía? Porque poner las dos encima de la mesa no era plan. No creo que jugar a los trileros en la primera cita sea la mejor manera de conquistar a nadie. Bueno, y que si llegas a abrir la que no es, a ver cómo te explico yo lo que había dentro. Haber tenido tratos con el diablo en el pasado tampoco es una buena carta de presentación…
Joder, qué cruz de memoria. Soy incapaz de acordarme y tengo que decidirme ya, porque el tiempo va dejando de estar de mi lado. Aquí estás otra vez. Y claro, me notas raro. Pero no en plan tía loca, sino raro de verdad. Extraño, tenso. Me dices que empiece por el principio y te lo cuente todo, pero siempre he tenido muy mala letra cuando se trata de hablar de mí. Así que en vez de ser sincero, me enredo hablándote de Homero y Virgilio y las puertas de los sueños. Eran dos, una de marfil y otra de cuerno; los sueños verdaderos pasaban bajo el marco de cuerno, el de marfil era el que utilizaban las imágenes falsas para tratar de engañarnos. Había que andarse con mucho cuidado para distinguir unos de otros.

Creo que no acabas de ver la relación que hay entre eso y las dos cajas que te he puesto delante. Y yo me desespero, porque sé que de esa elección depende todo y no soy capaz de hacerla. Pero sonríes, y por un momento pienso que si hay que entregarse al azar, seguramente tú seas la mejor compañía para hacerlo. Pero tira tú de la anilla, por favor. Yo no me atrevo. Eso sí, no me pidas que te diga si es un paracaídas o una granada, porque ni yo mismo lo sé.

SÍNDROMES IX. SÍNDROME DE MÜNCHAUSEN.


Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.
Síndrome de Münchausen: patología psiquiátrica que se caracteriza por crear dolencias y fingir síntomas de forma repetida y consistente para poder asumir el papel de enfermo, en ausencia de un trastorno, enfermedad o incapacidad confirmados. En el plano somático el sujeto puede producirse a sí mismo cortes o erosiones para sangrar o inyectarse a sí mismo sustancias tóxicas. La simulación del dolor y la insistencia sobre el hecho de la presencia de sangre puede ser tan convincente y persistente que conduzca a investigaciones e intervenciones repetidas en varios hospitales o consultas diferentes, a pesar de la obtención de hallazgos negativos repetidos.

No, no y no. Que no lo tengo. Putos síndromes y lo que quieras, pero este no. ¿Enrique La Quejica? No sé de qué me estás hablando, porque todo lo que digo es rigurosamente cierto. Todas esas tías eran unas locas y me han jodido la vida. A mí… ¡a mí! Que me he desvivido por todas ellas. ¿Te lo puedes creer? Desagradecidas… ¡Si la víctima soy yo! Mira, mira… hasta me han salido ojeras y rayas en la frente, que antes no las tenía.
Así empecé a escribir esto hace un tiempo. Pero como hasta los más tarados tienen sus momentos de lucidez, por breves que sean, ahora me doy cuenta de que negarlo es precisamente el síntoma más claro. Así que sí, lo tengo. Vaya si lo tengo. Y no es que lo que pone arriba sea mentira del todo, porque no lo es, sobre todo lo de las rayas y las ojeras. El problema es que yo estoy haciendo méritos más que sobrados para que me den el título de Barón: preocupado porque me toca el vaso con una muesca en el borde, por si una micropartícula de líquido de limpiar tuberías se mantiene suspendida en el aire con el maligno propósito de envenenar mi cena, por si el óxido… bueno, ya sabes lo que trama el óxido, no hace falta ni que lo diga. Vamos, que no me va a hacer ni falta ser seleccionador nacional para entrar en la nobleza con el curro que me estoy pegando.
Y lo peor no es eso. Lo peor es que siempre me veo a un paso de entrar en el selecto club de la profecía autocumplida, y eso sí que no me lo perdonaría. Pero no por aquello que decía Groucho de no pertenecer a un club que te admita como socio, no, sino porque las manías te pueden dar hasta para mantener un blog y provocar el descojono de propios y ajenos, pero hay un límite para seguir inventándose desastres. La fina línea que separa ese “vivir en un ay” con el que me sacas siempre una sonrisa de la injusticia de hacerte pasar temporadas en mi casa encantada de las afueras. Y no precisamente en la Toscana.

Así que al diablo con los autoprofetas, no pienso hacerlo, aunque para ello tenga que cabalgar sobre balas de cañón o caballos cortados a la mitad, bailar en el estómago de una ballena o encender mechas de fusil con la nariz. Y por supuesto, no cortarme nunca el pelo. Bueno, de hecho esa es una de mis dos razones para no hacerlo. Nunca se sabe cuando tendrá uno que tirarse de la coleta para salir de la ciénaga. ¿La otra? Ya te la contaré en otra ocasión, ahora es la hora de tomarme la pastilla.