“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

EL TIEMPO DE LAS CEREZAS



"(...) el tiempo de las cerezas
nunca llega en noviembre 
no me apetece escribir, hay otras formas de huir..."


La gente solía rendirse en las primeras vueltas del laberinto, y si tardaban en darse la vuelta era solo porque creían ir en la dirección correcta. Hubo incluso quien, como ella, creyó haber encontrado el centro y se quiso quedar, y hasta trató de que llegaran de nuevo la luz y el aire y hacerlo más acogedor. Yo no estaba, claro, porque mis pecados vienen a despertarme temprano para salir de paseo y solo volvemos cuando las suelas de esparto se han desgastado. Pero había tantas cosas extrañas allí con las que pasar el tiempo –discos viejos, muñecos de cuerda y muchos, muchos calcetines desparejados- que pensó que estaría entretenida hasta que regresara y hasta le daría tiempo a prepararse para el baile. Y es que pocas cosas le gustan más a una princesa que las cerezas y los bailes. Lo malo es que nunca hubo, ni lo uno ni lo otro. Ella no merecía menos, pero no regresé. Y no lo hice porque en los laberintos también hay espejismos, espejismos de los que ni yo mismo estoy a salvo. No sabría decir qué fue. Cascabeles alrededor de un tobillo, olor a moras… o simplemente mi propia inconstancia para seguir rastros de migas o de puntos suspensivos. El caso es que perdí el camino, o se me olvidó, así que ella se cansó de probarse vestidos y esperar que volviera. Mi ejército de autómatas hizo el resto y la escoltó hasta la salida.

SÍNDROMES VIII. SÍNDROME DE JERUSALÉN.

Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.
Síndrome de Jerusalén: enfermedad psíquica con carácter de psicosis en la que el afectado manifiesta delirios y se identifica completamente con un personaje del Antiguo o Nuevo Testamento y actúa como tal. La identificación suele ir acompañada por prédicas públicas y plegarias con enfermos. Muchos de los afectados acostumbran a pasearse vestidos con túnicas o sábanas.

Putos síndromes. Pero este no lo tengo, en verdad os digo que no lo tengo, aunque hasta las viejecitas en Málaga lo crean. Palabrita del Niño Jesús. Eso sí, tampoco me voy a hacer la víctima, porque con estas barbas me lo estaba buscando. No será que tu madre no me lo dijera veces, -aféitate, que pareces un terrorista-, pero es que no podría soportar ver la desilusión en vuestras miradas. Soy un cobarde, lo sé, pero también sé que la barba es lo único que me salva de ser una mala persona. Y sobre todo de que la gente se dé cuenta.
Menos mal que ahora parece que se han vuelto a poner de moda y paso un poco más desapercibido, aunque sospecho que entre un millón de personas me seguirían eligiendo a mí. ¿Que quiénes? Pues todos. El operador de radio obsesionado con la carga de la brigada ligera, el borracho que odia a Galdós por abandonar las islas, el que te recita de carrerilla las declinaciones que estudió en el instituto… En fin, tendrá que ser así, dejaremos que se acerquen.
Vale que las sandalias de cuero y los collares tampoco ayudan precisamente. Pero joder, es que me llevo todo lo malo, porque ni siquiera tengo la más mínima capacidad de convicción. O si la tuve alguna vez, que creo que sí, se me debió de gastar discutiendo sobre cantautores y diferencias horarias. Así que ahora me dedico a lo que se suele llamar predicar en el desierto. Y no hablo de mis alumnos ni de sus padres, lo prometo. Hablo de esa gente a la que es imposible hacerle comprender que no estás raro o que la culpa es de Correos, que perdió tu paquete.
Bueno, casi que me voy ya. A ver si consigo no hacer ruido, que como se despierte seguro que se me echa a llorar como una Magdalena. O me monta un Cristo. No voy a coger ni la ropa, me voy así tal cual. Total, tampoco creo que por una sábana se vaya a enfadar, ¿no? Y en la calle no se va a notar la diferencia. Decidido. Me lavo las manos y me piro. Con Dios.

Multiverso (y4)

Hoy no me hizo falta imaginar nada, porque Fabio y yo podríamos haber sido perfectamente la misma persona. Siempre hay distancias que salvar, claro, porque yo nunca he tenido esa pinta de novio ideal de película americana al que incluso el Sr. Jackson, que aniquilaría a cualquiera que pretendiera acercarse a la niña de sus ojos, no tiene más remedio que adorar. Tampoco trabajaría en un club de vacaciones por mucho que hubiera necesitado el dinero, todo sea dicho. Pero él sí, porque quiere recorrer Europa y estudiar lejos de su casa, quizás en un sitio en el que no tenga que imaginarse la luz del sol la mayor parte del año.

Lo curioso es que la gente no entiende su permanente sonrisa, desde las 7 de la mañana en el desayuno hasta el cierre del comedor a la hora de la cena. Con las clases de aerobic acuático a jubiladas alemanas y el teatro para niños por medio. Yo sí. Me costaría más asumir el tener que llevar esos pantalones por encima de la rodilla todo el día, ¿pero eso? A mí me parece evidente. Es la sonrisa del que ha decidido no derrumbarse. La que tenía Shackelton congelada en el rostro los dos años que tardó en volver a por sus compañeros. Solo hay que tener un objetivo.


Contaba Apolonio, en sus Historias Asombrosas, que había quienes afirmaban haber visto, al día siguiente de su muerte y muchos kilómetros de allí, a Aristeas el chamán enseñando Retórica. No sé qué tiene de extraño, ni le veo siquiera el mérito. Yo he estado años sin ti, dando clase cada día. No hace falta ser un chamán para seguir viviendo después de muerto. Solo tener un objetivo. O saber que vendrías.