“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

SÍNDROMES III. SÍNDROME DE DIÓGENES.


Síndrome: Sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.
Síndrome de Diógenes: El síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y social y por el aislamiento voluntario en el propio hogar, acompañados en la mayoría de los casos por la acumulación de grandes cantidades de basura o de desperdicios domésticos. Se suele producir en personas de avanzada edad pero también en jóvenes y, de modo general, en personas que se sienten solas, no han superado la muerte de un cónyuge o familiar muy cercano o presentan cuadros depresivos.

¿Lo he dicho ya? Putas etimologías. El siguiente cromo es el de Diógenes y la colección no deja de aumentar. Y no pienses que haber estudiado cocina habría mejorado las cosas, porque me pierden las cerezas, como a todos los ludópatas. Pero que no te engañen los frutos rojos, esta vez se trata más de mí que de ti, y en el fondo empiezo a pensar que nunca fue de otro modo.

Tiene que ver con mi manía de guardarlo todo. Acuérdate de la enciclopedia roja. Creo que no volví a abrirla después de cumplir los 12, pero salvarla de la basura se convirtió en una cuestión de honor. ¿Y qué me dices del pato de mimbre? He visto pocas cosas más feas en mi vida que esa cesta, y aún así la rescaté de la papelera hasta tres veces. Sí, me cuesta tirar las cosas… casi tanto como a ti no hacerlas arder. Por ejemplo, sé que piensas que a mis botas finlandesas les llegó su hora hace mucho tiempo, no hace falta que lo digas. Pero nunca renuncié a nada solo porque hiciera aguas, y no voy a empezar ahora. Aunque siga sin aprender a nadar. Te resulta incomprensible, lo sé. Por eso nunca me atreví a contarte lo del cepillo de dientes que quise quemar una vez. Ni lo del agujero en el calcetín. Porque también sé cómo me habrías mirado, la cara que hubieras puesto si lo hubiera olvidado en tu mochila. Y eso sí me asustaba.

He tardado en verlo, pero ahora tengo claro que las diferencias entre tú y yo son las mismas que hay, por ejemplo, entre un horno crematorio y una planta de reciclaje. Y si me ha costado tanto entenderlo es porque tengo el termostato roto. Por eso, mientras me entretenía pensando en hacerte unos pendientes con las chapas de refresco que guardé durante nuestro primer verano, no vi cómo empujabas el barril en el que vivíamos hasta colocarlo encima de un radiador. Ni que todo empezaba a llenarse de humo y el aire se volvió irrespirable.

Es el problema que tiene la madera, que se calienta con facilidad. Bueno, y que si tratas de hacer torres con ella acaban por derrumbarse, más tarde o más temprano. Así que cuando perdí la cuenta de los desplomes decidí que eran más seguros los laberintos. El último que he hecho está muy logrado, la verdad. Por una vez, haber estudiado griego ayudó. Sabía que Diógenes solo encontraba escombros cuando buscaba hombres, así que entre los suyos y los míos había más que de sobra. Además tuve cuidado de dejar todos los hierros oxidados bloqueando la puerta, para no atreverme a salir. Sabía que antes o después querría hacerlo y como jamás recurriría a unas alas de cera porque me dan miedo las alturas, la puerta era la única opción. 

Quizás las precauciones fueron excesivas, porque si hay algo que olvido con facilidad, aparte de los finales de las películas, es por dónde he entrado en un sitio. Aún así puse una isla en el centro y en el centro de la isla una montaña. Y por si acaso nunca me acerco a la orilla. Por los pulpos, ya sabes, que estarán todo lo ricos que tú quieras, pero son peligrosos. Diógenes murió asfixiado comiendo pulpo, no te digo más.

Oye, hablar de esto me ha dado hambre. Y como el hambre no se quita frotándose la tripa, voy a preparar algo de cena. El caso es que no tengo ni puta idea de dónde están las sartenes. Admito que en momentos como éste me arrepiento un poco de este desorden, pero me dura poco. Al fin y al cabo, ¿desde cuándo alguien con síndrome de Diógenes lo deja todo organizado?

SÍNDROMES II. SÍNDROME DE STENDHAL.


Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.

Síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia): enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardiaco, vértigo, confusión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en grandes cantidades en un mismo lugar.


Insisto. Putas etimologías. Eso sí, la colección está quedando preciosa. Ahora verás, te va a dejar de piedra.

Si te soy sincero, no me extrañó lo más mínimo descubrir que Stendhal se llamaba Henri. Ni que de todos los años posibles fuera en 1979 cuando le pusieron su nombre a un síndrome. Hay señales tan retorcidas que parece imposible que no sean ciertas: por ejemplo, que yo tenga casi 33 años y trazas de músico mesiánico y tú el nombre bíblico y la facilidad para resucitar a los vivos. He leído demasiada tragedia griega como para creer en las casualidades. Pero por eso mismo sé también que, incluso en los momentos de mayor desesperación, el hombre debe seguir siempre las leyes de la belleza.

Y eso hice, porque todo era insoportablemente leve a mi alrededor, empezando por mí. Y funcionaba, de verdad que funcionaba. Me sentí a salvo, tanto que me olvidé de la Esfinge y dejaron de interesarme sus acertijos. Y solo escribía en verde. Pero solo por un tiempo. Luego empezaron las alucinaciones, y el vértigo y los temblores volvieron. El problema fue que todo era demasiado bonito contigo. Tanto que mi organismo reaccionó produciendo anticuerpos. Por eso todo acabó tan mal. No hay otra explicación. Entiendo que te parezca absurdo, pero bueno, también lo es el odio inmenso que siento por la gente que tararea y es algo que no puedo evitar. Admito también que te pueda parecer injusto, aunque te prometo que no sabía que tampoco Florencia paga a traidores. Claro que si lo piensas bien no carece de lógica. Ya sabes, de esa lógica cruel de los oráculos que está siempre escrita en rojo y que yo había dejado de leer.

Fueron demasiadas traiciones. Supongo que en el fondo los dos sabíamos que antes o después Tebas iba a reclamar lo que es suyo. Que llegaría el día en que la tinta verde se me acabara y que ese día tendría que volver. Y así fue. La Esfinge seguía allí, esperando, como siempre. Y como siempre era difícil decir si sonreía, reflejaba una tristeza inmensa o una indiferencia total. La tentación de saber fue otra vez demasiado fuerte y mi desmemoria fatal de nuevo. Edipo no gana para disgustos conmigo. Ni para ojos de cristal. Y yo sigo sin aprender que la mirada de una esfinge solo puede soportarla otra esfinge, porque en lugar de colores lo que hay en ella son todos los enigmas del mundo.

¿La solución? Bueno, para mí es evidente, pero aún así te voy a dar una pista: ni papel ni tijera. ¿De verdad no lo sabes?

KARMA TEÑIDO


Quizás cierres los ojos y creas en milagros, un día.

Quizás yo también lo haga. O a lo mejor ya lo hago, porque dejarse llevar suena demasiado bien cuando eres un ludópata. Eso es lo que me pasó con ella. Sí, otra vez. Pero ¿qué quieres? Soy un idiota. Y por si fuera poco mi karma es rubio de bote, así que no puedo quitarme de encima la sospecha de que no sigo el camino correcto, de que siempre elijo justo el paralelo. Ya sé que es fácil confundirse, así que supongo que no debería torturarme. Los dos caminos son casi iguales, como esas dramatizaciones de la televisión mexicana.

Las cosas eran tan bonitas al principio que el día que ella me dijo “qué majo eres”, yo creí que lo decía en sentido literal. Un error infantil, como cuando tu madre te dice que hagas lo que quieras o tu novia que no pasa nada. La misma trampa, pero sin el aviso de las películas: cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Lo malo es que aquí el animalito siempre sufre daños durante el rodaje y mucho peores que los del gato dentro de la botella; peores incluso que los del que buscó en el fondo del zapato.

Por eso te decía antes lo de las dramatizaciones. Sí, esas que reconstruyen crímenes con actores de culebrón de tercera. Las ves y parecen reales, pero no lo son. Pues esto es igual, pero en vez de quitarte la careta para irte de copas cuando apagan las luces acabas en la peor de las encrucijadas: despertar pasiones entre contables solteronas o hacerlo entre personas desquiciadas. Y cuidado, que eso ya no es decidir si te pasaste de wasabi o no. Ahí no valen de nada todas aquellas horas en bares de mala muerte bebiendo absenta y jugando a piedra, papel o tijera contra tunos ruines o anestesistas acabados. Y no valen porque es una maldición, pero no una cualquiera, esta es casi tan cruel como la del tocadiscos.

¿Qué de qué hablo? ¿Ya no te acuerdas? Pues de que solo tiene un brazo y además pincha. Y así no puedes abrazar a nadie.


LA NAVAJA DE OCKHAM


Debería dejar de verte, de acompañarte al portal después de cenar en ese francés que tanto te gusta. Debería dejar de rondarte. Sería lo más fácil y, además, lo correcto. Pero es igual que eso que te atrae al borde del precipicio y te hace mirar abajo aunque te aterren las alturas. Una paradoja, otra más. Como que una comida infame sepa bien al primer bocado. Un paseo feliz y confiado por el camino de la intoxicación. O del vacío. Lo pienso mientras te veo subir las escaleras y pienso también que es curioso que se escuchen tus tacones, porque el suelo es de moqueta. Así que decido que solo deben estar sonando en mi cabeza, como tantas otras cosas, y me marcho.

No hay un alma por la calle. Apenas un viejo mendigo revolviendo en la basura, supongo que buscando cartones para pasar la noche. Es tarde y la primavera queda muy lejos todavía de Madrid. Sigo dándole vueltas a lo mismo, como siempre, y como siempre sin éxito. Tampoco es tan raro, todo el mundo sabe que con los pies fríos no se piensa bien, pero ya es mala suerte que el pie derecho sea precisamente la única parte de mi cuerpo sensible al frío. Creo que mi madre, que tenía algo de bruja, supo siempre que mis inviernos serían largos. Por eso me metió de pequeño en el congelador, para protegerme. Pero tuvo que sujetarme por un tobillo, claro, y así me quedé. Tenía algo de bruja mi madre, de verdad; un día, antes de levantarse, supo que aquel pajarraco que vivía con nosotros, Boris, había muerto por la noche; y sabía siempre mi escondite para las revistas que le robaba a mi hermano. No hay otra explicación.

Pensando en todo eso, ni me di cuenta de lo que pasó. Al llegar a su altura, el viejo se giró y me apuñaló. Bueno, en realidad lo que hizo fue cortarme en dos, justo por la cintura, pero creo que fue un delirio mío, porque el tipo no llevaba más que una navaja. Aunque fuera suiza, que lo era. El resto también debió serlo –un delirio, no suizo-, porque no recuerdo que me robara, tan solo que se inclinó sobre mí –sobre mi mitad superior, más exactamente- y me gritó muy enfadado: “¿Por qué lo haces todo tan difícil? Le das demasiadas vueltas a las cosas”. Y se fue, sin más, y yo me quedé sin saber muy bien qué hacer, pensando que es verdad que con frío en los pies es más difícil tomar buenas decisiones, pero que si no tienes pies lo único que te queda es arrastrarte tomando impulso con las manos. Y no sirve de nada pensar con claridad si no llegas a tiempo para aprovecharlo…

Es increíble la cantidad de tonterías que pasan por la cabeza de uno en momentos así, ¿no? Se te graban en la cabeza cosas absurdas. ¿Sabes lo último que recuerdo de mi madre? Te vas a reír cuando te lo cuente. Me mandó a comprar flanes de vainilla. ¿Puedes creerlo? No se me ocurre nada más estúpido como último recuerdo, pero la memoria es tan perra que me ha borrado el resto. Ni una sonrisa, ni el beso antes de irme, ni que me sacara la lengua desde la cama. Flanes. “Compra flanes donde Mercedes. Pero que sean de vainilla…”. Y nada más, porque luego… bueno, es que ya no hubo luego. Solo yo con un puto pack de cuatro flanes de vainilla en la mano, parado en mitad de la puerta, incapaz de entender nada.  Eso sí que fue una despedida poética. Nada de “cuida de tu padre” o “quiero que lleves este anillo, cariño”. Ni un “te quiero”. No. Flanes. No los he vuelto a probar. Nunca. Traen mala suerte, lo sé. Los de kiwi también, pero eso ya es otra historia y no me apetece seguir hablando. 

Esto escuece, escuece mucho. Encima hoy me he afeitado con la navaja de Ockham y me he dejado la cara hecha un Cristo. Otra vez. 

DINOSAURIOS, PELIRROJAS, MI ABUELA. Y MÁS PORNO. BREVE HISTORIA DE MI VIDA (y2)


Si no haberme dedicado a posar para vasos chinos de chupito es una de mis espinas clavadas se debe quizás a que fue mi primera experiencia de ver porno en familia. Sé que la unión de esos dos conceptos es una idea inquietante para mucha gente, casi tanto como, por ejemplo, la de mojar bizcochos en Coca Cola. Pero para mí no lo es (lo de los bizcochos tampoco). Más bien es algo excitante y triste, como pensar en violar a un dinosaurio. Y es que, al fin y al cabo, si lo piensas bien, se quedó a tu lado mientras dormías y cuando te despertaste aún estaba allí. Podía haberse ido sin decir nada, o haberte dejado una nota en la mesilla y un puñado de dinodólares. Pero no, se ha quedado. Y aún así lo primero en lo que piensas es en violarlo. Levantarte muy despacio, moverte con cuidado para no hacer nada de ruido y violarlo. No es que no sepas que está mal, pero como te levantas empalmado no puedes evitar planteártelo en serio, aunque solo sea un segundo. Desde luego que en frío lo descartarías, porque la digestión de los dinosaurios es un misterio, y sabes que a este le gusta desayunar cereales. Lo que sí está claro es que tienen visión nocturna, algo que no hay que confundir con que se te aparezca gente por la noche. No es lo mismo.

Eso es lo que le pasaba a mi abuela. Lo de las apariciones, no la visión nocturna. Y le sucedía bastante a menudo, aunque solo lo supe cuando empezó a creer que yo también los veía. Algunos eran verdaderos cabrones: la tatarabuela volvió una noche del otro mundo y esperó a su hijo sentada a la mesa de la cocina para contarle cómo y cuándo iban a morir todos los miembros de la familia. Uno por uno. Y todo por cuatro miserables perras que el hombre no le había devuelto a una vecina. Si eso no es mala hostia, que venga Dios y lo vea. Porque además él iba a quedarse el último para poder comprobar que todo se cumplía. Con esos antecedentes, creo que lo del porno compartido resulta un poquito menos sórdido ¿no?

En realidad no todo era porno, lo que pasa es que los niños a veces vemos esas cosas donde no las hay. Despertar sexual, creo que lo llaman. Por ejemplo, una vez hicimos un puzzle de esos de dos millones de piezas todas iguales. Rita Hayworth, pelirrojísima y con el vestido negro y los guantes de Gilda. Tener a aquella mujer acostada sobre la mesa de mi salón, dejando que le pusiera las manos encima… Vaya, parece que sigo viendo las mismas cosas donde sigue sin haberlas. No sé si mentirme a mí mismo pensando que algo de la magia de la infancia se mantiene vivo en mi interior o si reconocer ya que soy un pervertido y que me obsesionan las pelirrojas. Incluso en blanco y negro.

Voy a dejarlo mientras me decido. Pero no esto no acaba aquí, claro.

BISUTERÍA, PORNO Y COMIDA CHINA. BREVE HISTORIA DE MI VIDA (1)

El infierno de la bisutería tiene tres puertas, y cada una la guarda un conejo de alabastro. Más allá no hay nada, solo antílopes nictálopes que vagan por la herrumbre. Eso y la tumba de un guerrero tocario, no sé si A o B, que murió por problemas con el idioma. Bueno, por eso y por mala suerte, porque el gesto tocario para indicar alergia al picante era enseñar el pulgar hacia arriba. Y a ver quién le explica eso a la dueña de un bar de Chamberí, castiza, gata y con una salsa brava patentada con número de registro 27081989, que casualmente es la fecha de tu cumpleaños.

Yo tenía diez años aquel día, y no se me ocurrió que la vieja a la que le llevaba la compra se riera porque sabía lo que me iba a pasar contigo, creí que le había puesto poco pegamento a la dentadura postiza. Pero no. Claro, es lo que tiene dejarse la pensión en líneas del tarot de canales locales, que algo se pega. Total, que ni se me pasó por la cabeza, pero es que a esa edad solo compraba la SuperPop y no sabía aún lo que era leer entre líneas. Lo único que quería era que la vieja me diera el dinero para irme a comprar un rollito de primavera, que era mi merienda los días que mi madre no me bajaba bocadillos de foiegras en una cesta por la ventana.

De aquellas tardes saqué la idea de decorar mi salón como un restaurante chino y la convicción de que ninguna mujer aceptaría semejante cosa, ni siquiera mi madre. Así que no tuve más remedio que ponerme la gorra con la coleta de pelo sintético que me compré cuando perdí mi gorro de castor y marcharme, a pesar de lo peligroso que es montar en un monopatín con las ruedas cargadas. Menos mal que siempre podías contar con la ayuda de los vecinos, excepto a la hora de comer, que era cuando cazaban las ratas que se descolgaban al patio con una escopeta de perdigones. Eso sí que era un barrio. Se partían el pecho por ti, aunque si tenías la mala costumbre de tender la ropa cuando estaba el telediario podían volarte la cabeza. Pensando en eso me alegré de haber perdido el gorro de castor.

¿De qué estaba hablando? Ah, sí, de los conejitos. Buen trabajo el suyo, porque la bisutería ni se emborracha ni lleva zapatillas, pero no es lo mío. Yo siempre he querido ser modelo de vasos de chupito, de esos que venden en los chinos con una imagen en el fondo que solo se ve cuando echas líquido. Salen unas chicas muy simpáticas y un tío. El del tío es el vaso azul. Lo digo porque hay gente a la que no le gusta ver en su copa a alguien con más rabo que el demonio y que encima te observa con cara de “acerca un poquito más la boca, anda”. Es comprensible. Sea como sea, es una de mis vocaciones frustradas.

Pero de eso hablaremos otro día...

ESTIMULANTES Y LENGUAS MUERTAS

Yo soy de griego y de té, tú más de beber café y de latín, pero eso parece molestarte tan poco como a mí tu arrogancia. Me pareces inquietante, eso sí, por cómo te desenvuelves en tierra de nadie, aunque en tierra firme suelas ser presa del pánico. Será porque en ti todo es a medias y relativo, excepto tu adicción a tus defectos, que es absoluta. Sobre los míos, te sorprendes porque me hacen falta tres preguntas para casi todo, pero al final contestas: valiente, aunque eso me impide salir de la ludopatía; idealista, aunque eso me impide salir de la decepción; acepto las cosas con una naturalidad que rara vez entiendes y parece que todo es normal por muy raro que sea, cuando lo cuento.

Te gusta describir cosas. Por eso escribes. Una necesidad sin aspiraciones de nada. Tú me hablas de amor, pero no de ese que todo el mundo conoce, entre personas. No. El proceso de convertir cosas intangibles en palabras. Se te da muy bien y a pesar de eso crees que no sabes amar, que no te gusta agarrarte. Pero lo haces. A una pluma, no a una mano. Yo lo llamo intuición, porque sé que definir algo es poseerlo, dominarlo. A lo mejor tienes que escribir para que alguien se reconozca en eso, para que te busque, te pelee y tenga esa paciencia socrática y la suficiente sofística para entender todo lo que eres. Puede que las cosas tengan que escribirse primero para poder suceder y no al revés, como todo el mundo piensa, ¿no crees?

Todo es posible, dices, y también que esperas que las balas perdidas no sean demasiado insoportables, porque te cuesta controlarlas. Yo te respondo que si te gustan las quemaduras de aceite mientras cocinas, uno busca las balas perdidas. Y dices que ojalá no se me vaya de las manos, porque odias cocinar y no sabes nada de eso.

Quizás cierres los ojos y creas en milagros, un día.

CUIDADO CON LO QUE DESEAS

Y al punto apareció el genio, se inclinó, y con voz muy tenue dijo a Aladino: “¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres?  Habla. ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!”

Y mientras caía, atravesando cualquier objeto sólido y alejándose de la Tierra para siempre, no hacía más que pensar que aquello no era exactamente lo que había pedido.

CRISIS CREATIVA

Llevaba horas así, delante de un papel en blanco; se sentía totalmente incapaz de escribir nada.

Al final estalló y, con un bufido, abandonó la mesa de un salto, derramando el tintero sobre la hoja.

Se dirigió hacia la cocina, bebió un poco de leche y salió al jardín, pensando...“Maldita sea, ni siquiera debería estar pensando esto...


¡SOY UN GATO!"

TRISTE Y SOLA...

Y al final se firmó el decreto de expulsión: tunos y judíos fuera. Ya está bien, al carajo con ellos. El problema vino cuando los tunos se pusieron a tocar y cantar en la cubierta del barco para despedirse y los judíos juraron que no viajaban con semejante calaña: “Con esos no nos montamos, así que vosotros veréis”. Y claro, dinero para más barcos no había, porque como es lógico no lo iban a poner los judíos. Así que hubo que elegir. Y en este país siempre nos ha podido la farra. Así nos va.

FELIZ ANIVERSARIO

Un collar de perlas. Y de tres vueltas nada menos. No está nada mal como regalo de aniversario para la esposa de un gobernador… Desde luego el suyo era mucho más modesto, pero claro, es que 29 años casados es mucho tiempo.

A él ninguna mujer le había sufrido más de uno, siempre tuvo un carácter difícil. No era violento, no me entendáis mal. Jamás le pegó a ninguna. La violencia quedaba para el trabajo. Creo que ese fue realmente el problema. El trabajo. ¿Quién iba a querer estar casada con un matón? Sí, bueno, ya sé lo que estaréis pensando. Podía no haberle dicho nada, llevar una doble vida… Pero eso solo pasa en las películas, o al menos, nunca le funcionaría a un matón de poca monta como él. Antes o después verían la sangre en la ropa, los arañazos, los golpes… ese maldito olor a pólvora que no consigues quitarte de encima…y empiezan las preguntas. Eso por no hablar de las llamadas de madrugada, o de las noches en que ni siquiera dormía en casa…

Era cuestión de tiempo que le pillaran y lo sabía. También sabía que si eso pasaba no iban a mover un dedo por él. Podían, claro que podían, pero no iban a hacerlo. Los abogados costaban mucha pasta, y seamos sinceros, su pellejo no valía ni la mitad de lo que costaba la corbata de uno de aquellos picapleitos. Quizás si hubiera sido más listo, si hubiera sabido moverse bien… pero no había sido así. Veinte años después seguía de matón. Veinte años que se cumplían justamente esa noche. Sonrió al recordarlo… su aniversario. El Sr. Gobernador no se había olvidado de él, y también iba a tener su regalo. Un solomillo tiernísimo, un vino realmente bueno, el periódico de la mañana… y un collar, sí, pero no de perlas, sino de cuerda… ¿Sería de tres vueltas también?

LA MIRADA DEL TUERTO

-Nunca, nunca subestimes a un tuerto-, dijiste entrando por la puerta.

Y yo me sorprendí. Quizás sería más lógico extrañarme de que tengas un erizo como mascota, que lo saques a pasear y que hayas logrado que se siente y levante la pata cuando le enseñas un trozo de jamón serrano –por cierto, nunca antes me había planteado de qué se alimentan en realidad los erizos, pero no los imaginaba carnívoros-. Incluso, pienso, sería más normal asombrarme de que te pongas corsé para estar por casa, como si fueras una heroína de las hermanas Brönte en la era digital. Pero no. Fue una de tus frases lo que me sorprendió, como siempre.

Aún así, seguí leyendo el periódico. Y es que en el fondo, más que sorprendido estaba algo molesto, porque como monárquico y ludópata que soy, siento simpatía por los tuertos. Si por mí fuera, de hecho, solo tendría amigos tuertos, para vivir en una ruleta rusa constante. O en una montaña. Rusa también, claro. Es curiosa la fijación de esa gente por el peligro, aunque para mí, si han inventado algo realmente inquietante es la ensaladilla. Sin lugar a dudas. Ponerte delante de un plato lleno odiando el huevo duro, eso sí que es jugársela.

-Me ha mirado un tuerto…  y de reojo-, insististe.

Al final no me queda más remedio que dejar por un momento los anuncios por palabras. Mi labor de alcahueta entre honradas familias moldavas y pueblos castellanos sin pastores tendrá que esperar, por mucha ansiedad que me produzca verlos en columnas contiguas corriendo el riesgo de no encontrarse nunca (demasiadas telenovelas, demasiado Aristóteles). Así que me río y te digo que escuchas a Hendrix más de la cuenta, y yo apostaría más bien por uno de esos bonitos muñecos con alfileres. Y antes de que puedas replicar añado que no, que no era tuerto, pero sí zurdo. Y los zurdos, como los tuertos, los pelirrojos y los mimos, son agentes del Maligno. Además, es que cuando uno habla de mala suerte a veces pierde la perspectiva, te digo. Si yo hubiera nacido entre los aborígenes australianos, por ejemplo, me habrían hecho la circuncisión con un cuchillo de piedra. Así que debo sentirme afortunado.

Que me dijeras que parecía tu padre hablando estuvo a punto de molestarme de verdad. Sobre todo porque tu padre no tiene ni puta idea de aborígenes australianos. Pero al ver ese flequillo de emo que va tapando tu frente con cada palabra que dices, con cada queja sobre lo vacía y miserable que es tu vida a los veintitantos, decido que compensa. No seré yo el que tenga que estar constantemente soplando porque no veo, así que me da igual. Además la necesidad de esquinas donde echarte a llorar te condenará a no poder visitar el Coliseo y lo que es mucho peor, a renunciar a las pizzas, los donuts y al roscón de reyes. Y no pienses en gofres, que te estoy viendo. Que las celdas y los laberintos son cosa mía.

-Pues a mí me ha mirado un tuerto, te pongas como te pongas…-

Está claro, eres imposible. Así que lo único que dije, volviendo la vista al periódico, es que siempre me pareció mucho peor cabrear a un anestesista.

METÁSTASIS

Quise enterrarla en un papel. Por eso empecé a escribir. Confié en los consejos de Henry, pero los adictos al porno no somos muy de fiar y, además, todo el mundo sabe que a los molineros siempre se la pegan sus mujeres. Pero sobre todo me volvió a traicionar la memoria: y no por acordarme solo de cosas que ya han pasado, sino porque me resulta imposible retener los detalles de las películas que veo o de los libros que leo. O quizás fue que el karma me castigó por hacer tanta sangre sobre Christian Slater. Alone in the dark... Sea como sea, no conseguí recordar cómo se llamaba la rosa. Y el caso es que también olvidé lo peligrosos que pueden ser el papel y las metáforas. Porque el papel lleva veneno y en cuanto a las metáforas… bueno, no se debe jugar con ellas, no hace falta más que una para desencadenar esa reacción química tan improbable como posible que llaman amor.

La sigo queriendo. Me gustaría hacerle sufrir aunque fuera una milésima parte de lo que me hizo ella a mí, y me entretengo imaginando toda clase de venganzas y torturas, aunque como tengo el cerebro fundido por el exceso de pornografía, casi todas mis fantasías consisten en rasgarle la ropa, sujetarla del pelo y follármela mientras la llamo mil veces puta, y dejarla después en el suelo, con una mirada de desprecio y un puñado de billetes arrugados a su lado. Alone in the dark... A veces me engaño pensando que eso sería humillarla, a veces ni me molesto. (Nota mental: quitarme los anillos en mis sesiones de venganza, tengo la polla como si me hubiera visitado el Zorro).

Lo malo es eso, que no es solo lujuria; es que la sigo queriendo con locura. La quiero de esa forma que hace daño, que te destruye y que al tratar de entenderla produce el mismo vértigo y los mismos dolores de cabeza que pensar en el infinito o la muerte. Alone in the dark... O que intentar comprender la diferencia entre adelantar y atrasar la hora. Hay mil canciones absurdas que hablan de eso, creo que incluso la Biblia lo hace. De la autodestrucción y el amor, no del cambio horario, me refiero. Cada día me convenzo más de que debería venderle los derechos de mi biografía a una orquesta de pueblo.

Todo esto es injusto, demencial, lo sé, pero así es. Y mucho más si pienso que he encontrado a alguien maravilloso, alguien que me quiere de manera tranquila, normal, de esa manera sosegada que no consume, que te hace engordar y elegir cortinas. Y en realidad sé que esa es la buena, que lo otro –la otra- no conduce más que al miedo, a la desconfianza, a desintegrarse otra vez cada mañana. Alone in the dark... Pero tengo la terrible sospecha, casi la certeza, de que si ella volviera a aparecer, simplemente con arrugar la nariz, con ladear la cabeza y mirarme, con ponerse delante de mí con uno de esos camisones de niña pequeña, me haría atarme un cartucho de dinamita al pecho y encender la mecha con una sonrisa. Porque la sigo queriendo. Esa es la única –y la peor- respuesta posible.

Alone in the dark.

ENRIQUE 32.0 (ACTUALIZACIÓN)

Por lo que se ve, mi versión 32.0 presenta los mismos defectos que las anteriores. Pero ni la desidia ni la pereza extremas me han hecho olvidar mi idea a propósito de todos los textos que me llegaron. En breve se producirá un cisma en este blog y una nueva criatura verá la luz con ellos y las imágenes que recibí como regalo. Espero no haber agotado vuestra paciencia...