“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

BUENOS PROPÓSITOS


Como buen procrastinador que soy, tengo una relación difícil con eso de los buenos propósitos. Septiembre, Año Nuevo, un lunes cualquiera… es igual; solo hay que echar un vistazo a cualquiera de las muchas libretas donde comencé un diario, apunte una tabla de ejercicios para conseguir el físico total o plasmé el plan definitivo para leerme todos los diálogos de Platón. Sin contar con mis proyectos de ser mago y aprender kickboxing. Hasta me compré un libro; sí, uno de cada cosa. Aunque una simple llamada a cualquiera de las personas que me entrenó en fútbol serviría para lo mismo: confirmar que soy incapaz de hacer nada con regularidad.


Puede parecer paradójico que, al mismo tiempo, mi lema vital sea “lento, pero seguro” -que, por cierto, llevo unos 24 años pensando en la urgencia de traducirlo al Griego o al Latín-. Doña Carmina no se equivocaba, solo que mientras mis compañeros de clase estaban ya forrando su tambor de detergente para convertirlo en papelera, yo aún seguía rayando con mi punzón en el espejo la silueta de Mickey Mouse. Pero por extraño que parezca no son cosas del todo incompatibles. De hecho, creo que es cierto eso que dicen por ahí de que tengo una paciencia y constancia casi infinitas para ciertas tareas. El problema está en que la aplico principalmente a mierdas. Pensemos, por ejemplo, en que una de las cosas de las que más orgulloso me siento es de ser capaz de pelar entera una montaña de pipas antes de comérmela. A eso me refiero. Sospechas que tienes entre manos la capacidad de dominar lentamente el Universo pero te concentras en convertir un perro blanco dibujado en un papel en un espléndido dálmata. Tantas veces como haga falta. La verdad, si fuera un supervillano no necesitaría cárceles de alta seguridad ni grandes alardes tecnológicos para mantenerme a raya: dame una sábana de papel de burbujas y me tendrás felizmente entretenido durante eones.


Otro problema es que la cosa funciona por su cuenta. Yo no decido cuándo se activa. ¿Un ejemplo? Llevo casi 30 años estudiando a los 7 reyes de Roma, los últimos doce enseñándolos, pero soy incapaz de recordarlos por orden. Y sí, he dicho siete, que no es la lista de los putos reyes godos. Pero nada, que no puedo. Ahora bien, si caigo en el quesito naranja del Trivial te puedo recitar de memoria las finales y ganadores de los Mundiales de fútbol desde la que le ganó Uruguay a Argentina en 1930 (4-2).


Total, todo esto para contar que, aunque sigo sin llevar un diario ni haber leído entero un solo diálogo de Platón, he empezado a ver de nuevo “Al salir de clase”. La frase en sí ya es un chiste, así que no creo que haga ni falta añadir más comentarios graciosos. Ni insultos, ojos en blanco, toses nerviosas o resoplidos. Sé todo lo que pasa por esas cabezas, de hecho estoy de acuerdo con todo ello, pero la voy a ver. 1199 episodios, ni más ni menos, como 1199 soles.


De hecho, se me ha ocurrido algo mejor aún. Una pirueta magistral.  He pensado en hacer una especie de diario con este visionado. A lo mejor tratándose de algo absolutamente absurdo e inservible consigo romper la maldición. Que lo dudo, vamos, pero si no por lo menos nos vamos a echar unas risas. Y a recordar, claro, porque si hay algo que me gusta más que arruinar buenos propósitos es mirar atrás.


Continuará... (Huye ahora que puedes)