“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

CUANDO SE APAGAN LAS LUCES

“Una chica sin luz, un chico que la ilumina y un perro que los acompaña…”, empezabas a decir, pero entonces mirabas el reloj, te levantabas diciendo que se había hecho tarde y me dabas las buenas noches y un beso en la frente. “Mañana te la cuento…”, contestabas sonriendo a mis protestas y mis patadas en la cama. Aquello me enfadaba casi tanto como el cuento de la buena pipa o los vecinos voladores con los que me engañabas para quitarme los esparadrapos de un tirón.

Nunca  pude entender que te guardaras aquello. La solución definitiva contra todos los miedos de la noche y no me la dabas. ¿Por qué? ¿No te dabas cuenta de que las reglas que pasaba horas buscando contra cada monstruo –absurdas, pero siempre diez- podían no funcionar? Sentía una cierta satisfacción pensando lo culpable que te sentirías a la mañana siguiente, cuando ya fuera tarde. Cuando se me hubieran llevado. Entonces llorarías, vaya que llorarías…

Me imaginaba a la chica como las que salían en algunos de los cuadros que pintaba papá y que yo siempre quería salvar. Sola y desvalida, pero además con una sonrisa preciosa que se le dibujaba en la cara cuando me escuchaba acercarme y la voz tan dulce que nunca me cansaría de escucharla. Temblaba al abrazarla, y yo siempre encendía una cerilla para que no tuviera frío y pensaba la suerte que tenía de que aquello fuera un sueño y ella se pareciera precisamente a la pequeña vendedora de fósforos. Íbamos muy pegados el uno al otro, yo alumbrando el camino, ella con la cabeza enterrada en mi hombro. No sabía dónde iba ni cómo salir de aquel laberinto, porque en realidad no había llegado allí desde ninguna parte, pero avanzaba sin vacilar, para que no se asustara al ver que tenía tanto miedo como ella.

Los pies me dolían y tenía que apretar los dientes para no quejarme. Ella también estaba muy cansada, pero no decía nada, solo se apretaba fuerte contra mí. No quedaban apenas cerillas y los corredores, que parecían cada vez más estrechos, más retorcidos, se llenaban de sombras y sonidos como si algo se arrastrase a nuestro alrededor, esperando que la luz se apagara. Y se apagó. La abracé y cerré los ojos, intentando protegerla con mi cuerpo. Esperé. “Alguien quiere jugar contigo en la niebla”, recordaba que me decía la abuela cuando quería asustarme y me recorrió el mismo escalofrío que aquellas veces. El ruido venía de muy cerca ahora, tenía la sensación de que podía rozarlo con la punta de los dedos… Un sudor frío me bajaba por la frente, tenía la garganta seca y las piernas atenazadas. No iba a poder salvarla, al final no iba a poder. “Perdóname”, pensé, “te he fallado”. “Claro que no…”, susurró ella, como si me hubiera leído el pensamiento…

Y de repente cesó. Y se oyó un ladrido. Y luego otro y otros dos. Más fuertes. Abrí los ojos y no supe lo que había pasado. La oscuridad se había retirado, incluso el pasadizo volvía a parecer más ancho. Tampoco hacía frío ya. Y allí estaba, sentada en el suelo, una perrita de suave y ondulado pelaje del color del oro. Era preciosa y nos observaba con una mirada tan inteligente y serena que me hizo pensar en la cajita de yesca y los tres perros de enormes ojos que servían a quien la poseyera. De forma instintiva me llevé la mano al bolsillo. Entonces se levantó, se dio la vuelta –juraría que guiñó un ojo- y echó a andar. Nosotros íbamos detrás, agarrados de la mano, sonriendo…

Y en ese momento siempre me despertaba, y ella no estaba ya, y lo más parecido al perro era aquella bola peluda y marrón que me gruñía cuando me acercaba demasiado. Pero tampoco estaban la oscuridad ni el miedo. Ni me acordaba de que me había dormido enfadado contigo. Y han tenido que pasar más de veinte años para darme cuenta de que si no me contabas la historia era para que me durmiera imaginando cómo seguía y se me olvidaran los monstruos, las astillas y los clavos oxidados que siempre esparaban, pacientes, a que cerrara los ojos.


Un día, una persona me pidió una historia... aquí está. 
No es una deuda, es un pequeño regalo para alguien nada pequeño...
Espero que le resulte tan especial como para mí ha sido escribirla.

11 comentarios:

  1. Esta hermosísimo, a mí también me llegan al corazón los personajes de las pinturas; y te agradezco también por haber salvado a la perrita del otro cuento; porque en el fondo todos sabemos que sólo tú podías. Gracias por salvarlas a ambas.

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  2. Siempre iluminas con tu encanto, ¡ojalá¡ no lo pierdas nunca.

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  3. (Continuación del primer comentario...)
    ... y es que como narradores somos un poco dioses y es verdad que a veces la vida nos aplasta y no se pueden conseguir demasiados milagros, pero de vez en vez, es posible encender una pequeña luz, aunque todo se haya apagado irremediablemente. También me encantó que tu historia esté inspirada en tu madre. Gracias por compartirla.

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  4. La vida es un laberinto oscuro, lleno de corredores sinuosos y estrechos, por los que todos, en cierta medida, caminamos a tientas y temblorosos sin saber hacia dónde nos llevarán nuestros pasos. Pero por suerte, siempre hay alguien, algun amigo, algun amor, algun familiar, que nos ilumina y acompaña a lo largo del camino.

    Algunas hasta tenemos la suerte de contar con una preciosa perrita de color del oro, con unos ojazos enormes e inteligentes, que nos guía por el buen camino, y con amigos tan especiales como el autor de este relato, que nos regala sus palabras tan desinteresadamente.

    Mil gracias por el relato, es precioso :)

    PD: Cuando era niña, me encantaba el cuento de la vendedora de fósforos... aunque me parecía terriblemente triste ;)

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  5. Precisamente eso es lo que odio de despertar. Que todo se hace humo.

    Un beso muy fuerte.

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  6. Pienso que el amor,la vida, y el arte, participan de idéntico proceso creativo:EL SUEÑO

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  7. ... A mí me gusta la oscuridad, en efecto la considero vital para epezar a SOÑAR...

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  8. ¡Qué lista que era! ¡Y que sonrisa grande me has dejado al recordar esos cuentos con los que sueña!

    (seguro que le ha parecido especial, fijate, si me lo ha parecido a mí, que no soy la persona que te lo ha pedido)

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  9. Genial, me encanta. Esta muy bien que nunca haya contado la historia, y que dejo que se la imagine.

    Un saludo.

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