“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?
Yo trataba de hacerte entrar en razón, pero tú no me tomabas en serio y me dabas largas. Claro que el mundo no va a implosionar, ni se te aparecerá el espíritu que surge a tu espalda para comerse tu cabeza cuando pronuncias tres veces el nombre de Heidi delante de un espejo. Es mucho peor. Si no dejas de decir esas cosas, de quejarte, te va a salir barbita y un bigote como de broma, tu pelo se volverá negro y te convertirás en mí: te llamarán Enrique la  Quejica. Y no se te ocurra venirme llorando entonces.

Por un momento llego a creer que te he conseguido asustar de verdad, porque te quedas callada, pensando, pero después, con una sonrisa, me dices que es una suerte, que tú siempre habías querido ser un chico. Al principio no le vi la gracia por ninguna parte, pero se me encendió una lucecita y me di cuenta de lo que suponía: yo siempre había querido ser japonés de mayor y tú eras especialista en engañarme como un chino. Quizás resultara.

Ahora solo queda discutir los detalles. Desde luego, llevaremos tu pelo ideal del siglo XVIII y mi barba pelirroja. Si me dejas hacerme moños samurais, claro. A cambio yo prometo afeitarme más a menudo. Donde nos va a costar ponernos de acuerdo es en el color de los ojos. “Los míos ni son azules, ni son verdes, ni son grises… no son ojos”, me dirás, pero deberías tener en cuenta que estás hablando con el tipo de los ojos marrón verdoso. Y eso, te pongas como te pongas, es como irte de vacaciones con un viaje organizado, tipo “Burundi mágico”, “Albacete desconocido” o “Iglúes con encanto”. Que viajas, pero no viajas. Tienes ojos, pero nadie te presta la menor atención, y necesitas caminar en un ángulo de 37° y rezar para que las condiciones de luz y humedad sean las precisas, o que la gente vaya muy pasada de bebidas energéticas, para poder afirmar que son verdes. O pagar, claro.

Pero en el fondo todo esto no son más que minucias. He conseguido mudarme a tu cerebro. Así, de casualidad. Y mira que lo había intentado veces, con anillos de palomita de maíz, una casita de veraneo en el lago Baikal y hasta tratando de intoxicarte con caramelos de jengibre. Y nada. Lo pienso y me da un ataque de risa. Me miras, divertida, con esos ojos que tienen todos los colores del mundo y me preguntas qué pasa, que si me he vuelto loco. Y yo te digo que probablemente sí, te cojo de la mano y te llevo a tomar un café vienés.

7 comentarios:

  1. Ciertamente dulce =) Me gusta hoy esta ausencia de puñales . Un beso

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  2. "Enrique la Quejica" no hubiese sido mal título...
    Después de leer el primer párrafo y,a riesgo de parecer vanidosa, no puedo evitar comentarte este texto y decir que ese párrafo me resulta familiar... =P
    Con moño y bigote estarías bien...

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  3. Conseguiste mudar el cerebro? Mis felicitaciones, pero, eso acarrea consecuencias!

    El siglo XVIII... en esa época y la que sigue hubo muchas revoluciones, deberías tener cuidado!

    Un ojo de todos los colores, debe ser todo un deleite.

    Un abrazo.

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  4. Pues mira si te hubieses esperado un siglo ,podría haber aparecido en mi caballo a echarte una manilla , pero hasta el XIX nada de nada.
    Un beso.

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  5. Hoy por lo menos tu entrada acaba bien, te la llevas a tomar un café mientras continúas pensando en cómo sería ella siendo tú...y ¿cómo serías tú siendo ella?.
    Tienes que explicarme cómo mudarme de cerebro, puede ser muy interesante, pero solo por un rato, luego quiero recuperar mis neuronas.
    1 beso.

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  6. Y, por una vez, sólo quiero tener los ojos multicolor y no de ese azul asesino, que a mi me citan a Bécquer aunque a mi, lo que me gustaría, es que me citaran a Enrique, o a Álastor, o a Coppelius, o a ese loco que me hace llorar.

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  7. Hola, este blog está lleno de metáforas bonitas, eres un gran escritor… Aún así creo que la que más me gusta es la de los “ojos que tienen todos los colores del mundo”. También me ha gustado la fantasía de ser un chico... Tal vez porque de muchas maneras lo soy, soy un chico de esos que tienen prohibida la ternura… y no es bonito. Yo también deseo que las pelusas estén bien, donde quiera que estén deseo que estén bien. Y no, esta vez no me voy a quejar, ni te voy a hacer guiños acompañados de dos besos. Lo siento, eso no estuvo bien, lo siento.

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