“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

MULTIVERSO (y8)

Pertenecían a la nueva generación, y conocían mejor los nombres de músculos
como los deltoides, tríceps y dorsales anchos que los de los planetas más importantes.
(Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades).

“Me levanto y pongo agua a calentar en la placa. Fagor, dos fuegos, cinco grados de calor. Cuando rompe a hervir la vierto en una tetera japonesa de hierro colado, donde esperan tres cucharadas de Prince of Wales de Twinnings. Azúcar moreno de caña, dos cucharadas y taza de Starbucks. Copos de trigo y una rebanada de pan integral pasada por el tostador Magefesa, leche desnatada y queso tierno artesano, todo en el juego de desayuno naranja de IKEA, modelo KALAS, resistente al microondas y apto para lavavajillas.
Termino y voy al baño, me coloco frente al espejo. Desodorante sin mercurio y jabón probado sobre la piel de rudos marinos noruegos. Leve aroma a miel. Abro el armario. Para hoy elijo unos vaqueros azul oscuro desgastados. Vintage. Zapatillas retro Gola azul eléctrico y blanco. A juego la camiseta, de rayas horizontales -una reliquia de la marina rusa- y la chaqueta deportiva, azul y con el emblema de la Armada francesa, también de segunda mano…”

Así empiezan los sábados en la vida de Michele. ¿Que por qué lo sé? Porque solo los sábados la camiseta y los vaqueros sustituyen a la camisa de cuadros -de idéntico tamaño, una gama de colores para cada estación- y a las americanas numeradas del uno al once que descansan en el armario junto a sus respectivos pantalones a juego. Y porque de no serlo llevaría ya dos horas de duro entrenamiento físico y de meditación. Lo demás no varía. Y con esto no me refiero a que los días sean iguales, sino a que TIENEN QUE SERLO. Exactamente así: mismas cosas, idéntico orden. Lo contrario sería inaceptable, inconcebible. Solo en verano se concede licencias, pero únicamente dos: el agua con gas y la camisa por fuera los viernes.
En el banco su comportamiento no resulta extraño. De hecho, gracias a sus obsesiones se ha ganado el respeto y la envidia de sus compañeros, que lo tienen por alguien magnético y seguro de sí mismo. Más de una compañera le ha dejado caer una invitación a cenar o a tomar unas copas después del trabajo. No suele aceptar, y cuando lo hace su casa jamás entra en la ecuación. Porque sus citas son justo eso, una ecuación, con todos los valores perfectamente medidos y calculados de antemano. 

Michele las resuelve paso a paso: la cena en uno de esos pequeños restaurantes en los que es casi imposible conseguir mesa; el vino de la mejor reserva -el 71 y el 73 son sus añadas preferidas; la copa en un reservado de moda, tan exclusivo que se permite al cliente preparar su propia bebida. Algunos se ríen al escucharlo, lo califican de absurdo. Michele sonríe también, pero pensando en lo equivocados que están, los pobres. Él sí sabe valorarlo, él sí sabe lo que ese gesto significa de verdad: control. Nadie mejor que tú conoce lo que quieres y cómo lo quieres. En esas citas a veces hay sexo. Casi siempre, de hecho, acaban en la cama de una de esas casas que él tanto desprecia. Apenas soporta el tiempo que debe pasar en ellas, pero se trata de operación más, necesaria para que el valor final sea el esperado. Un ejercicio al que le concede 47 minutos exactos, ni uno más ni uno menos. Cada gesto, cada gemido, el tiempo que dedica a cada parte del cuerpo de su compañera, cada pausa y cambio de postura están absolutamente prefijados. Incluso el número de orgasmos que le arrancará a su compañera antes de permitirse terminar. Tres. Ellas lo disfrutan, lo disfrutan mucho porque Michele sabe hacerlo bien, claro, como el atleta que es, como el que vive para ser el mejor en algo. Solo que él lo hace para ser el mejor en todo. Y esa certeza es la que le hace sonreír al final, con una satisfacción que ellas confunden con el placer del sexo y que oculta su falta absoluta de pasión. Por eso Michele nunca repite cita. Las proposiciones se repiten y él las rechaza. Agradable pero sin explicaciones. ¿Tendrá pareja? ¿Un amor no olvidado? El misterio aumenta su atractivo.

A él todo eso le trae sin cuidado. Precisión, previsión, orden, son lo único que importa. No, definitivamente no me gustaría ser Michele. Bueno, es que no podría. ¿Mi vida entera sometida a la tiranía de los números primos? Olvídalo…

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