“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

HÉROES DE LA INFANCIA II: BUTRAGUEÑO.

If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is, Infinite.
For man has closed himself up, till he sees all things thro' narrow chinks of his cavern.”
(William Blake)


Quiero empezar confesando algo. Tiene que ver con Matrix. A ver cómo lo digo… La película está muy bien, vaya eso por delante ¿eh? No es fácil plantearle a la gente que nuestra realidad quizás no sea lo que parece sin que salgan corriendo espantados. Pero, caverna de Platón aparte, nunca he entendido por qué a todo el mundo le pareció tan revolucionaria en cuestión de efectos especiales. Sobre todo a los que tienen ya una cierta edad. Neo no hizo nada que no hubiera hecho ya Butragueño una década antes. 

No digo que distorsionar el flujo temporal para esquivar balas no tenga mérito, ni que sea sencillo, pero no es novedoso. Porque aquel chico rubio, algo más bajito, algo menos guapo y vestido de blanco era capaz de partir la realidad en dos. De una parte una realidad desquiciada habitada por jugadores que tratan de pararlo sin éxito; de la otra, un oasis de calma en el que solo está él, la mirada clara y el paso lento, viendo como todos se alejan, entre aspavientos y con la expresión desencajada, incapaces de entender por qué el suelo se había vuelto hielo bajo sus pies.

Y sí, Neo era el Elegido. Vale, nada que objetar. Pero claro, tendrán que reconocerme que con una pastillita azul es mucho más fácil dar la talla, dónde va a parar. Sin embargo, Butragueño  cruzaba las puertas de la percepción sin tomarlas. Ni venderlas, como hizo Pelé. Y lo que es mejor aún, nos dejó mirar lo que había al otro lado. Un mundo distinto, en el que el sol brillaba aunque el reloj te dijera que eran las dos de la madrugada; un mundo mágico en el que aquellos vikingos altos, fuertes, de cabellera rubia y nombres que te raspaban en la garganta, no eran invencibles. Érase una vez en Querétaro. Allí, en México, Garbancito tumbó a los gigantes. Un mundo feliz.

Aunque bueno, también digo que no hay por qué elegir. El abrigo negro de cuero es una pasada, pero siempre puedes llevar debajo la camiseta roja con el nueve cosido por tu madre a la espalda. Yo lo hago.  

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