“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

LOS MUERTOS VAN DEPRISA


“En carreras sin descanso y llevando un botón de peyote
 y la cabeza disecada de un águila bajo el cinto para protegerse de la brujería, 
los hombres tarahumaras podían trotar más de doscientos kilómetros.” 
(E. Wade Davis, El Río).

Los muertos van deprisa. Eso es lo único que supe durante años de la historia de Drácula. No sé si mi amigo Antonio se acordará de aquella frase. La leímos juntos no sé ni cuántas veces. Cada vez que nos quedábamos solos empezábamos el libro y leíamos hasta que los muebles empezaban a crujir y teníamos que correr a escondernos bajo una manta. Y así nos encontrabas al llegar, con todas las luces de la casa encendidas y mirando el final del pasillo, agarrados. Y el libro abierto siempre por la misma página: Los muertos van deprisa.

Deprisa va también el tiempo, que corre tanto como los muertos. O más, quién sabe. El caso es que aquí estoy: 21-18. Pero no es el marcador de un partido de balonmano, ni la hora perfecta para abrir la primera cerveza. Entre semana, claro. No es ninguna de las dos cosas. Son años, los que llevo sin ti y los que pasé contigo, para ser más exactos. Y así, sin darse cuenta, ya son más los primeros que los segundos. 

Fíjate. Hoy es justo el día. El de los flanes de vainilla, el de la comida china recalentada que me obligaron a comer esa noche. Justo el día después de aquellos macarrones con chorizo con que tanto te reíste, porque no sabías que eran los últimos, claro, ni que te estabas empezando a convertir en un recuerdo.

Porque hablando de eso, de recuerdos, con ellos pasa justo al contrario que con los muertos, porque si algo le sobra a los recuerdos es tiempo. Por eso marchan tranquilos, perseverantes como las cosas inertes, y por eso, por mucho que corras, por lejos que te marches, dan contigo. Y ese día te sientes como si todos los domingos de tu vida se te hubieran caído encima al mismo tiempo. Pero cuando miras alrededor esperando ayuda, lo único que aparece son otros recuerdos, como perros de sal a lamerte las heridas.

Hablando de perros. Tengo uno. Supongo que te enteraste de lo de Kiwi, aunque no tengo muy claro cómo se maneja por ahí el flujo de información. El caso es que se llama Mowgli (siento haber roto la tradición de la K, pero una W no está nada mal tampoco, digo yo. Además, el personaje es de Kipling), y el cabrón parece no tener más que dientes. La lengua se la reserva para él y su cipote. Todo un espectáculo, en serio. 

Estaba pensando que menuda mierda te acabo de contar para una vez que hablamos. Es como gastar tu derecho a una llamada en hacerte una perdida para encontrar el móvil. Igual de estúpido. Por lo menos podía haberte dicho que soy profe, que el Atleti sigue sin ganar Copas de Europa. O que vivo en Tenerife. En fin, pero no creas que lo hago a mala idea. Te lo prometo. Nada que ver con que no estés en mis cumpleaños -aunque claro, por no estar, no estás ni en los tuyos-, ni en Navidades; ya te lo he dicho: sin rencores. Al fin y al cabo, me has convertido en un maestro del humor negro. Ah, y conseguiste que le perdiera el miedo a Drácula, porque no hay nada que dé más miedo que tu imitación de un ultracuerpo a las 2 de la mañana, de espaldas y quieta en la puerta de la cocina. Y yo acercándome, inocente, pensando que pasaba algo. Fíate de tu madre, que te quiere y te protege. Joder, si es que volé metros y metros hacia atrás, sin alas ni motor. 

Y bueno, ya que sale lo de la velocidad, ¡menudos principiantes los muertos aquellos! ¿No crees? Lo tuyo sí que fue irse rápido…

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