“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

SÍNDROMES III. SÍNDROME DE DIÓGENES.


Síndrome: Sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.
Síndrome de Diógenes: El síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento que se caracteriza por el total abandono personal y social y por el aislamiento voluntario en el propio hogar, acompañados en la mayoría de los casos por la acumulación de grandes cantidades de basura o de desperdicios domésticos. Se suele producir en personas de avanzada edad pero también en jóvenes y, de modo general, en personas que se sienten solas, no han superado la muerte de un cónyuge o familiar muy cercano o presentan cuadros depresivos.

¿Lo he dicho ya? Putas etimologías. El siguiente cromo es el de Diógenes y la colección no deja de aumentar. Y no pienses que haber estudiado cocina habría mejorado las cosas, porque me pierden las cerezas, como a todos los ludópatas. Pero que no te engañen los frutos rojos, esta vez se trata más de mí que de ti, y en el fondo empiezo a pensar que nunca fue de otro modo.

Tiene que ver con mi manía de guardarlo todo. Acuérdate de la enciclopedia roja. Creo que no volví a abrirla después de cumplir los 12, pero salvarla de la basura se convirtió en una cuestión de honor. ¿Y qué me dices del pato de mimbre? He visto pocas cosas más feas en mi vida que esa cesta, y aún así la rescaté de la papelera hasta tres veces. Sí, me cuesta tirar las cosas… casi tanto como a ti no hacerlas arder. Por ejemplo, sé que piensas que a mis botas finlandesas les llegó su hora hace mucho tiempo, no hace falta que lo digas. Pero nunca renuncié a nada solo porque hiciera aguas, y no voy a empezar ahora. Aunque siga sin aprender a nadar. Te resulta incomprensible, lo sé. Por eso nunca me atreví a contarte lo del cepillo de dientes que quise quemar una vez. Ni lo del agujero en el calcetín. Porque también sé cómo me habrías mirado, la cara que hubieras puesto si lo hubiera olvidado en tu mochila. Y eso sí me asustaba.

He tardado en verlo, pero ahora tengo claro que las diferencias entre tú y yo son las mismas que hay, por ejemplo, entre un horno crematorio y una planta de reciclaje. Y si me ha costado tanto entenderlo es porque tengo el termostato roto. Por eso, mientras me entretenía pensando en hacerte unos pendientes con las chapas de refresco que guardé durante nuestro primer verano, no vi cómo empujabas el barril en el que vivíamos hasta colocarlo encima de un radiador. Ni que todo empezaba a llenarse de humo y el aire se volvió irrespirable.

Es el problema que tiene la madera, que se calienta con facilidad. Bueno, y que si tratas de hacer torres con ella acaban por derrumbarse, más tarde o más temprano. Así que cuando perdí la cuenta de los desplomes decidí que eran más seguros los laberintos. El último que he hecho está muy logrado, la verdad. Por una vez, haber estudiado griego ayudó. Sabía que Diógenes solo encontraba escombros cuando buscaba hombres, así que entre los suyos y los míos había más que de sobra. Además tuve cuidado de dejar todos los hierros oxidados bloqueando la puerta, para no atreverme a salir. Sabía que antes o después querría hacerlo y como jamás recurriría a unas alas de cera porque me dan miedo las alturas, la puerta era la única opción. 

Quizás las precauciones fueron excesivas, porque si hay algo que olvido con facilidad, aparte de los finales de las películas, es por dónde he entrado en un sitio. Aún así puse una isla en el centro y en el centro de la isla una montaña. Y por si acaso nunca me acerco a la orilla. Por los pulpos, ya sabes, que estarán todo lo ricos que tú quieras, pero son peligrosos. Diógenes murió asfixiado comiendo pulpo, no te digo más.

Oye, hablar de esto me ha dado hambre. Y como el hambre no se quita frotándose la tripa, voy a preparar algo de cena. El caso es que no tengo ni puta idea de dónde están las sartenes. Admito que en momentos como éste me arrepiento un poco de este desorden, pero me dura poco. Al fin y al cabo, ¿desde cuándo alguien con síndrome de Diógenes lo deja todo organizado?

2 comentarios:

  1. Después de leer cosas y cosas tuyas, he terminado llegando a la conclusión de que, si me pudiese enamorar de alguien sólo por cómo escribe, por sus palabras, serías tú.
    Eres grande; muy grande.

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  2. Toc, toc, ¿hay alguien ahí? Creí haber escuchado que no cerrarías el blog... Y... el otro es bueno, pero este tiene su encanto ;) Saludos... ya sabes :)

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