Es curioso cómo se rompen las
cosas. Por un momento se quedan todos los pedazos ahí, tan quietos que casi
podrías juntarlos de memoria. Ves claramente dónde y cómo debe estar colocado cada
uno y apenas un instante después la imagen desaparece de tu retina. Entonces ya
solo tienes mil fragmentos. Sin vuelta atrás. Tardas en asimilarlo, pero es así.
Dicen que pasa lo mismo con las
personas. Mi padre me contaba –además de historias japonesas de fantasmas- que en
la guerra, cuando las bombas explotaban en los túneles, la onda expansiva salía
por las bocas de metro. Él lo había visto, había visto hombres sin cabeza seguir
caminando durante unos metros, dar todavía algunos pasos antes de que el cuerpo
cayera al suelo. Cuando te rompes por dentro es justo así. La inercia te lleva
y continúas en pie aunque no seas más que un envoltorio vacío, un dragón chino,
para entendernos. Pero en el momento en que te das cuenta todo se viene abajo.
Y no cuentes con que haya nadie allí para sujetarte, porque nadie se queda
cuando huele a butano ni hay talismanes que valgan.
La cuestión es decidir qué hacer
entonces. En mi caso, sé que antes o después me marcharé a una isla. Estar al
nivel del mar es algo que te hace sentir a salvo cuando tienes vértigo, y yo lo
tengo. Vértigo, porque cabeza no, por eso acabo subido en el primer relámpago
que pasa cerca. Y luego llega el mal de altura, claro. Así que a pesar de los
barrancos, una isla me parece la mejor opción. Mykonos, para más señas. ¿Que por
qué precisamente allí? Sé que podría haber elegido cualquier otra, porque al
fin y al cabo todas están rotas por dentro, pero es que en Mykonos los
pelícanos son especialmente amigables.
Está claro que siempre puede
venir un golpe de viento y lanzarlo todo por los aires. O un turista inglés que
te sodomice hasta morir. Pero creo que merece la pena arriesgarse. Sí, allí estaré tranquilo. Quizás hasta ponga
un taller de costura, porque de la tela nunca, nunca saltan esquirlas…
Yo nunca he pensado en escaparme a una isla, la verdad. Quizás es que sí que tengo cabeza, aunque en realidad no lo creo.
ResponderEliminarEl caso es que me he roto varias veces; varias, porque me he asegurado a mí misma que me he repuesto, que yo puedo con ello, y que incluso como cascara vacía y pisando cristales, a lo mejor me voy rellenando yo misma poco a poco. O a lo mejor no, que es lo más probable.
Más que nada, porque aún sigo esperando que alguien venga a ajustarme. No me lo creo ni yo.
Lo difícil no es romperse, lo complicado es re-armarse luego de eso...
ResponderEliminarSaludos
J.