Hoy me he alegrado de ser tan
solo Enrique. Permanecer la eternidad junto a ti como estatuas de ceniza,
sentados en la esquina del dormitorio abrazándonos muy fuerte mientras todo se
llena de humo y el techo empieza a ceder, quizás suene romántico… Todo un lento
y bello final, ambicioso si me apuras, pero no lo quiero. Prefiero algo más de
andar por casa, no sé. Ver las explosiones de lejos desde la ventana de la
cocina tomando un té, por ejemplo, aunque al final la temperatura de la
habitación acabe subiendo por encima de la que necesita el plomo para fundirse,
porque me conozco. Me conozco y sé que no hace falta que me susurres al oído en
francés, que solo con ver tu sandalia bailando en equilibrio mientras lees, una
pierna cruzada sobre la otra, se nos va a hacer de noche sin pisar la calle. Y
conste que me sigue apeteciendo bajar al mercado, comprar algo de fruta –un
melón, uno de esos amarillos pequeñitos, ya sabes-, quizás un poco de queso o
cualquier otra cosa que se pueda meter en pan y marcharnos a comer por ahí,
tirados en los escalones de una fuente o en un banco del parque. Pero si no
dejas de mirarme así me parece que como pronto tendrá que ser mañana…
“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?
MULTIVERSO (y2)
Hoy habría querido ser Genaro.
Coger de la silla el pantalón blanco y la camisa azul, planchados y doblados
con mimo. Pasar la última inspección de la abuela y sentir su mirada llena de
orgullo antes de bajar al puerto para acompañar a la Madonna del Soccorso. Lo
haré junto a mi padre y al abuelo y su gesto serio y de emoción contenida. Con
los ecos de la última campanada de las seis la imagen empieza a moverse y
nosotros la escoltamos. Sé que a mi derecha, apenas a un metro estarás tú. A la
izquierda de tu madre y tu abuela, con ese vestido blanco de ribetes azules que
podría dibujar de memoria. Me cuesta mantener la vista al frente y no
distraerme mirándote, siguiendo esos pasos tuyos, ligeros como si te deslizaras
sobre el suelo. Cuando llegamos te cogería de la mano para ayudarte a subir al
barco hasta que tu abuela te agarrara y tirara de ti para coger un buen sitio
junto a la barandilla y poder verlo todo. Y nos quedaríamos lejos el uno del
otro, pero ahora sería yo el que caminara un poquito por encima del suelo. Pero
no pasa nada de eso, porque no soy Genaro. Soy solo Enrique y soy menos
italiano aún hoy que ayer. Quizás el Señor Moretti pueda hacer algo por mí...
MULTIVERSO 1.
Me
gustaría llamarme Tomaso. Solo esta noche, solo en esta vieja plaza. Y verla
desde un rincón bailando con sus amigas mientras toca la orquesta, como todos
los años desde que recuerdo. Me gustaría ser Tomaso, no Enrique, y haber nacido
aquí, haber crecido con ella y escuchar cada agosto esas mismas canciones
esperando tener el valor necesario para sacarla a bailar. Guardar cada céntimo
para reparar la vieja moto del abuelo y poder llevarla de excursión al campo un
domingo. Pero no lo soy. No soy más que Enrique y lo único de italiano que
tengo son tres botellas de Moretti a mis pies y todas esas esdrújulas de
Battiato que no paran de bailar en mi cabeza.
NO TIME NO SPACE
Al final me quedé lo justo para
el trasbordo. Podría haber pasado el día allí y regalarme una sesión de
autocompasión y lágrima fácil, pero no lo hice. Creo que me estoy aburguesando.
Cualquier día dejo de comer pimientos de padrón, lo veo venir. O lo que es
peor, me compro una maleta con ruedas.
Aunque en realidad sé que no
hubiera habido ni compasión ni lágrimas. Cada día tengo más claro que todo
aquello solo sucedió en mi cabeza. Únicamente. Tenía razón Goya, el sueño de la
razón produce monstruos. Monstruos… y zorras, le faltó añadir. Pero claro, Paco
siempre fue un tipo discreto.
El caso es que llegar a esa
conclusión es un alivio, pero también tiene sus riesgos. Por ejemplo, confirmar
lo gilipollas que puedes llegar a ser si te lo propones. Porque si eres un
perturbado que dinamita su vida por un amor imposible o atormentado, hasta
puedes atraer ciertas simpatías; pero si lo haces así sin más, creyendo que
había que compensar las cosas que hiciste o no en otro momento y en otro lugar,
puedes acabar por no aguantarte ni tú mismo, ni festivos ni laborables.
De todos modos, nada de eso tiene
sentido ya, porque en tu habitación no hay calendarios y cuando te veo venir
desde la puerta, a contraluz, lo que menos me importa es si está amaneciendo o
si se nos ha vuelto a hacer de noche. Y es que solo pienso en cómo engañarte
para que te acerques a discutir si mis ojos son verdes o no y en que el reloj
de tu mesilla vuelva a acabar en el suelo, hecho un lío entre la ropa y los
zapatos. Ni tiempo ni distancia, ya lo ves, una fórmula de lo más sencilla.
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