“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

CERVEZAS, SALCHICHAS Y UNA GRAN MENTIRA.

Hoy necesito empezar haciendo una confesión. Ha pasado ya mucho tiempo, así que espero que nadie tome represalias contra mí. Aunque lo mismo ni siquiera se enteran. No sé en qué año fue, pero sí que era en la época en que llevaba parches y rodilleras por toda la ropa; en la que todavía no tenía bigote y la única cicatriz en mi cabeza se notaba a simple vista.

Tuvo que ver con Bud Spencer. Con él y con Terence Hill. En aquel momento habría dicho que era culpa suya, pero algo hemos avanzado desde entonces y ya soy capaz de asumir mis decisiones, o al menos algunas de ellas. Así que no, no fue culpa suya, pero sí tuvo que ver con ellos. Era sábado por la tarde, alrededor de las seis. No creo que hiciera mucho tiempo que había comido, porque en mi casa, de Inglaterra, ni los Beatles ni los horarios eran demasiado populares. El reloj marchaba despacio y mis amigos no llegaban. Cosquillas en las piernas, miradas de reojo al balón de plástico naranja. Y yo sin saber lo feliz que era, sin saber que mi ingenuidad estaba a punto de llevarse el primer arañazo. Fue puro azar y, quizás -lo mismo no soy tan capaz de asumir lo sucedido como pensaba- una pizca de mala suerte. Porque mira que solo había dos cadenas en aquella tele en blanco y negro. Y se les ocurre poner “Y si no, nos enfadamos”. Bud Spencer y Terence Hill. Y un deportivo rojo que se juegan en una épica competición de cervezas y salchichas.

El tiempo se detuvo, como es lógico. Y como es lógico también, mis amigos llegaron. El timbre sonó y aquel chirrido agudo rompió el equilibrio del mundo y la calma en que se había movido mi vida hasta entonces. ¿Ahora? ¿Precisamente ahora? ¿Por qué no llegaron antes? ¿Por qué no había un concurso de saltos de esquí o un documental de orcas en la “segunda cadena”? Me hice mayor de repente. Me di cuenta de que había dilemas más allá del obedecer vs. hacer lo que te apetecía.


Y mentí. Mentí como un bellaco y dije que no me dejaban bajar a la calle porque tenía que irme con mis padres a algún sitio. No sé por qué lo hice, pero sí estoy seguro de que aquella maldad dejó huella, que se grabó en alguna foto mía que desconozco, como el retrato de Dorian Grey. Aún no la he encontrado, es verdad, pero siempre temo que el día del reencuentro llegue. Por eso, cada vez que abro un álbum de fotos me tiemblan ligeramente las manos. Casi nadie se da cuenta, y los pocos que lo hacen seguro que piensan -sonriéndose- que son cosas de la nostalgia.   Pobres. Y seguro que tampoco saben quién se llevo al final el deportivo rojo con capota amarilla. Pues no seré yo el que se lo diga.

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