“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

MARÍA

“Y aquí, como una piedra que llevo conmigo a todas partes, 
tengo un pedazo del corazón de otra persona que guardé de un viaje que hice una vez”.
El fin de semana, Peter Cameron.

Cuentan de un país tan frío que en invierno las palabras se congelaban y solo se podían escuchar en verano, cuando las temperaturas podían deshacer el hielo. Pero han pasado ya dos agostos y sigo siendo incapaz de hablar. Y eso que vivo en Canarias. Raro, ¿verdad? Porque tú tampoco me creíste nunca cuando te decía que en La Laguna veía menos el sol que allí. “Que a mí no me la das, mu-ya-yo”, me decías, con ese acento imposible que ponemos los de Valladolid cuando imitamos cualquier cosa. Aunque el tuyo sí que era divertido. Pues que sepas que tengo razón. Ni sol ni arena. Y te voy a decir algo más: hay una conspiración para poner las terrazas estratégicamente confinadas a una sombra eterna. La del Teide. Una idea tan brillante como poner un aeropuerto en un lugar llamado Villanubla. Tranquila, aquí la gente se ríe de mí cuando lo digo, pero no me importa. Te lo quería contar.
Pero a lo que iba, que me despisto. Que ni viviendo en el Trópico lo consigo. No consigo escribir, escribirte, nada. ¿Sabes qué pasa? Que creo que no tiene que ver con las estaciones, que el tiempo que necesito es del otro. Del que se escribe con mayúscula, del que corre o se para siempre al contrario de lo que te hace falta. Porque de eso va todo esto, no de termómetros. El hielo se me ha hecho dentro, y ni la temperatura de Planck derretiría eso.
También ayuda que te imagino echándome la bronca si leyeras esto. Porque llamar la atención te gustaba más bien poco. Y mira que yo siempre he sido de escabullirme, pero es que tú me ganabas. Porque una cosa es pasar desapercibido y otra muy diferente pensar que ése es el lugar que te corresponde. No sabes lo mucho que he rabiado con eso. A ti te gustaban los clásicos como a mí el fútbol, de una manera que es muy difícil de explicar, que casi nadie podría entender: pura ilusión, puro sentimiento. Y sí, hay gente que sabe más o que se le da mejor, otros encima saben lucirlo, pero nunca será lo mismo. Tengo un alumno este año que me recuerda mucho a ti. Aunque él tiene pinta de aplicado joven estudiante de un college. Y tú no, tú tenías-pinta-de-tía-chunga-y-dabas-miedo. Así, todo junto. Asúmelo. Ah, ¿y sabes qué? Que es mi favorito, como tú, que lo fuiste siempre. 
Claro que esa es otra de las cosas que no te creíste nunca, supongo que por esa habilidad mía para decir las cosas más importantes sin que lo parezcan. Aunque un pasillo de hotel en Atenas nunca fue el lugar más apropiado para una revelación de ese calibre, lo reconozco. Pero siempre piensas que habrá más ocasiones, igual que para ver la Acrópolis. Qué carita se le quedó a todo el mundo aquel día, por cierto. Tristeza, rabia, pena, decepción… pero solo una que lo reunía todo. La cara de la desilusión absoluta, primigenia, la del niño que no entiende que “verano” no es un lugar, que no puedes volver a él siempre que quieras.
Al menos sí llegamos a Delfos. Y acabamos más beocios que espartanos, sin saber que a los dos la vida nos iba a repartir cartas nuevas. Pero claro, a los oráculos no hay quién los entienda y yo, de cartas, sé lo justo. Así nos fue. Bueno, a ver, a mí mejor que al menos te puedo escribir esto. Y pensar en volver a la Acrópolis. Feo estaría quejarse, aunque ya no pueda tratar de convencerte de que pruebes la comida china.
Vaya, parece que al final sí conseguí escribir algo. Ha sido como con esas latas que se te olvidan en el congelador y te las vas bebiendo a sorbitos, según se van deshaciendo. A mucha gente le parece una estupidez o, directamente, una guarrada. “Para eso, coges una nueva”. Pues no, para mí la gracia está justo ahí, como en imaginar frases geniales para hacer camisetas y ser incapaz de recordarlas después. ¿Te acuerdas? Mira que nos pasamos litros de cerveza jugando a aquello. 

En realidad es mentira, sí las recuerdo. Una, al menos: “Siempre nos quedará Paris”. El héroe, no la ciudad. Y a ella intento agarrarme cuando vuelven el frío y el hielo. Porque a veces me olvido de todo esto. A veces todavía estás. Y cuando me doy cuenta de que ya no, el suelo se resquebraja. Y todos sabemos lo que pasa con las grietas, y lo mal que mezclan con el agua y el hielo. No hace falta haber estado en Venecia. Ni haber visto el Partenón.

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