Muy oportuno, mi querido Alonso, muy oportuno. Has llegado, como hacen los magos, en el momento justo. Eso sí, espero que el pan sea grande o, mejor aún, que en vez de pan te hayas traído varios paquetes de harina, porque la cosa está complicada últimamente por aquí.
Te escribo porque alguien tendrá que ponerte un poco al día. ¿Que quién soy? Me presento: soy tu tío Iki, uno de los muchos encargados de malcriarte y desesperar a tus padres. Básicamente mi trabajo será enseñarte a dibujar búhos y pintar dálmatas; a beber té; a tener cuidado con el voleibol y los relojes de bolsillo; que conozcas a Van Damme y Chuck Norris. También tendremos que trabajar en el Señor de los Anillos, pero eso será un poco más adelante, cuando ya tengas edad para decidir si te gusta la pizza con piña y hagamos El Maratón. Ah, bueno, también estaré contigo cuando veas las películas de Chiquito y del Fary, pero de eso se va a encargar otro personaje. Ya lo conocerás. Se llama Óscar; o Luto. Te diga el nombre que te diga, cuidado con él. Sobre todo no le pidas una escultura pequeña.
Afortunadamente, para jugar al fútbol tienes a tu padre, porque si no estarías condenado a arrastrarte debajo de los coches para coger balones o, en el mejor de los casos, a que te miraran raro por echar “partidazos” (concepto importante, grábatelo) en una plaza, con los bancos como porterías, una pelota blandita… y 20 años. Así que eso que tienes ganado. Polideportivos, con su suelo, su portería sin óxido, redes -no siempre- y un balón decente. De lo que no te vas a librar es de que contemos nuestras batallitas, que si el fútbol ya no es como antes, que si supieras lo que es jugar con un Mikasa no te quejarías tanto, blablabla. Paciencia, chico, que eso nos ha pasado a todos.
Y ahora ya vamos a ponernos serios. No todo va a ser pasarte libros de “Elige tu propia aventura”, así que hay una serie cosas que tienes que saber de tus padres, y es parte de mi tarea decírtelas.
La verdad, entre nosotros, es que has tenido mucha, mucha suerte con ellos. Para empezar, por los apellidos, que no es ninguna tontería. Bruno de la Fuente. ¿Tú sabes lo que es eso? Eso es tenerlo ya todo de tu parte. La selección de fútbol, el Nobel, un barco pirata… ¡puedes hacer lo que quieras con ese nombre! Fíjate que mi amigo el turco -que se apellidaba Bas- se moría de envidia con mi “Pérez Benito”, así que si oye lo de Alonso Bruno de la Fuente se queda en el sitio.
De resto… ¿por dónde empiezo? Ah, bueno, una cosa antes de nada: Ten en cuenta que ellos lo van a negar casi todo, así que ni te molestes en comentarles esto que te voy a decir.
Veamos. Conozco a tu madre de siempre. Yo era el hijo de la señora de la capa, ella la niña de la carnicería. Y el mundo, la calle Príncipe: la panadería de Primi, que era como la abuelita de todos los cuentos; la droguería de Marga -con la enorme cabezota de Rocky asomando por los ventanucos de arriba-; el bar Sena en la otra esquina, con las risotadas de la dueña resonando por todas partes. Donuts, vasitos de agua -o mosto con gas cuando Amparo tenía el día- y botes de suavizante infinitos para patearlos y jugar al escondite. ¿Quién necesitaba más? Bueno, balones y garajes para las porterías, pero de eso había siempre de sobra. En fin, todo en común, pero no te voy a engañar: en aquella época apenas cruzamos palabra. Ayuda, supongo, que mi madre tampoco fuera mucho a comprar a su tienda, pero entiéndelo… justo enfrente de casa teníamos a Heraclio, el carnicero morenazo del hoyuelo en la barbilla. Vamos, nada personal… o todo lo contrario.
Y lo que no unió la calle lo unieron el Latín y el Griego. ¡Quién lo iba a decir! Los primeros días de clases fueron un poema. “Tener que aguantar aquí dos horas…”. “Por qué habrá tenido que decir mi madre nada…”. “A ver ahora de qué hablamos…”. “Cuánto falta para que se acabe…”. Creo que el resumen de nuestras cabezas debía ser más o menos ese. Y de alguna extraña manera, acabamos por darnos cuenta de que no éramos tan petardos ninguno de los dos… y así hasta hoy. ¿En medio? De todo. Tu madre aguantando que me metiera con los cantautores, madrugadas de espaguetis, un bolso de césped, tu madre aguantando nuestros intentos para que nos patrocinara el equipo de fútbol; Gila, noches de pelis y pizzas con cinco personas en un sofá de tres, tu madre aguantando mis desastres sentimentales; un monedero de césped; Faemino y Cansado, muchas horas de café y algunas de 43 con vainilla, ponche-cola o vodka-lima, otro intento con el equipo de fútbol, un par de nocheviejas extrañas; más regalos de césped, una boda; personas que se quedaron por el camino, propios y ajenos; muchas risas, alguna que otra lágrima y humor negro, siempre humor negro. Mucho lirili y poco lerele. Una vida. Que ya empiezan a ser unos cuantos añitos, aunque todavía quede mucho que añadirle a esa lista. Y cosas que repetir. Y no sabes cómo me alegro de eso, porque yo también he tenido mucha suerte de tenerla cerca, como tú. Porque sin ella cuidaría mucho peor a la gente que quiero, y seguiría dando abrazos con palmaditas (ahora solo lo hago para fastidiarla, es muy divertido, ya lo verás). Porque sin ella sería mucho más desastre de lo que soy. Y mucho menos feliz.
Turno para tu padre, que aquí hay para todos. Te adelanto que a lo largo de los años te irás encontrando con todo tipo de gente. Alguna a la que le gusta destacar y ser el centro de atención. Otros presumirán de lo mucho que saben, de lo que han hecho o lo que han conseguido. Pero luego, por otro lado, hay personas que no necesitan hablar mucho o hacer grandes aspavientos para demostrar las cosas. Personas que no necesitan hacerse notar para que sepas que están ahí. Tu padre es de esos. Ni una palabra ni un gesto de más, ni de menos. Y siempre en el momento exacto, en el lugar preciso. Sé que no se lo he dicho, porque los tiarrones de los ochenta, cuando nos queremos, intercambiamos gruñidos y chocamos pecho con pecho, pero lo admiro muchísimo. Y lo quiero más todavía.
Claro, yo eso no lo sabía cuando lo conocí. Al principio, pensé que sería una más de las víctimas de esa máquina de devorar personas que era nuestro equipo de fútbol. Quemábamos gente a la velocidad de las calderas del Titanic. Todo ser humano con un número de piernas superior a uno nos valía. ¡Más madera! Así que claro, como venían, se iban. Tu padre no. Él llegó y corrió más que nadie, peleó más que nadie, estuvo a la altura como nadie. Porque antes te dije cosas que no hacía, pero sí hay algo que hace todo el tiempo. ¿Sabes cuál es? Hacerse querer y respetar. Hacerse imprescindible.
En pocas palabras. Yo no soy muy de saltar al vacío, ni de dejarme caer a ninguna parte, pero una cosa sí te puedo decir: si supiera que es él quien va a sujetarme, no lo dudaría.
En fin, mi querido Alonso, lo que te decía. Muy oportuno tú, dejando a tu padre sin Día del Padre, así nada más llegar. Te has puesto el listón muy alto, a ver cómo te las arreglas para superarlo. Espero que con esta parrafada tengas para entretenerte hasta que se acabe la cuarentena. Cuida mucho de esos dos. Ah, y disfruta de la soledad, que en breve nos vas a tener a todos por allí dándote la lata y pellizcándote los mofletes. Avisado quedas.
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