“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

BRILYN

“Llévame,
con mi corazón yo suelo hablar…”


Aunque estas líneas querían servir para recordar a Brilyn, estoy seguro de que voy a acabar hablando de Kimba, de Kiwi… o incluso de Mowgli. Pero sé que ella me disculpará. Porque al final, por mucho que lo intentemos, para nosotros todos los perros son nuestro perro, como todos los muertos son nuestros muertos y todas las vidas la nuestra. No es egoísmo o, al menos, me gustaría pensar que no lo es; solo ese “algo” inevitable que nos lleva a acabar siempre, aunque no queramos, hablando de nosotros, de cómo vemos las cosas y cómo nos hacen sentir.

Ya lo hice una vez, de hecho. “Una chica sin luz, un chico que la ilumina y un perro que los acompaña…”: ese era el encargo. Unas líneas como regalo que al final se convirtieron en una especie de somnoliento recuerdo de los cuadros de mi padre, de mi perro, mis miedos y de cómo mi madre me hacía rabiar. Por eso sé que también Patricia me disculpará. Porque escribe, claro, y sabrá bien a lo que me refiero, pero sobre todo porque no soy capaz de imaginármela enfadada. En realidad soy incapaz de asociarla a ningún sentimiento ni emoción negativa. Fíjate, igual que a Brilyn. Siempre se dice eso de que perros y dueños se parecen, pero pocas veces me he encontrado con que sea tan absolutamente cierto. Y no creo que sea cosa de mi desnortada cabeza solamente. Podría decir “pacífica”, “cariñosa”, “siempre dispuesta a sacarte una sonrisa” y no se sabría a quién me refiero. Y otras muchas cosas, igualmente buenas, igualmente en común. Y conste que no hablo de dejar pelos en el sofá, a menos que hayan cambiado mucho las cosas desde nuestro último encuentro…

Ahora ya en serio. Brilyn es la primera perra que me propuso amistad en Facebook. Y eso no lo podré olvidar nunca. Porque como sucede con lo mucho que de verdad me gusta el fútbol, casi todos ignoran lo importante que es para mí Dartacán; pero estoy seguro de que ella no lo pasó por alto, porque tenía una intuición que rozaba la magia. Tendré la memoria justa para muchas cosas, pero verla acercarse, en medio de un salón lleno de gente, cuando Marco habló de nosotros en su boda es imposible de olvidar. Algo que me sigue poniendo la misma cara de asombro y el mismo nudo en la garganta. Y que me hace llorar con esas lágrimas que te sacan las cosas sencillamente bonitas, como ahora mismo, aunque se me junten con una carcajada porque me estoy imaginando a la vez lo que habrían hecho los otros: Kimba se habría dado la vuelta con un gruñido de desprecio, Kiwi estaría roncando en cualquier rincón blandito y Mowgli aprovechando que la gente miraba a otro lado para saquear una mesa y comérselo todo.

¿Lo ves? Ya caí, no tengo remedio. Por lo menos espero que esté sirviendo para reírnos un rato. Aunque sea un poco, aunque ahora cueste y además estemos lejos unos de otros, siempre más lejos y más ocupados de lo que querríamos. Lo bueno es que sé que no harán falta más de dos minutos para que parezca que no ha pasado el tiempo, para volver a nuestras tonterías y barbaridades sin que casi se note que estamos un poquito más arrugados. Las cosas pasan, pero nosotros seguimos aquí.

Kiwi ya está trotando por las verdes praderas de Bretaña. Así me contó mi hermano que se había marchado. Estaba muy viejita. Muy enferma. Yo andaba por Roma, buscando bibliografía para mi tesis y respuestas para mí mismo. Me fue bastante mejor con la tesis, debo decir. Y hasta allí llegó la noticia. Un mensaje en la fría -y verde también- pantalla del Nokia. Hay muchos cielos a los que ya he renunciado y pienso, cada vez más, que si alguien merece una partida extra es porque tiene cuatro patas, mucho pelo y como mayor ambición poder enroscarse sobre unas rodillas de humano. Así que si tengo que permitirme un cielo, que sea el de los perros. Uno para que el cabrón de Kimba me siga gruñendo y Kiwi correteando entre la hierba buscando sitios para dormir; uno donde las pechugas de pollo y los regalices rojos no se acaben nunca. Pero uno, sobre todo, donde esté también Brilyn,  jugando, ladrando, cuidando de todos. Feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario