“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

PERO, ¿NO ERA USTED PAUL AUSTER?

Un descubrimiento y una decisión. Así podría definir mi día de ayer. Y las dos cosas giran alrededor de Paul Auster. ¿Buen comienzo, no? Si con esto no consigo ganar la atención de la gente mejor me retiro y vuelvo a recortar miniaturas en goma EVA. 

En fin, me explico. Uno: El Descubrimiento. El caso es que ayer me enteré de cómo es realmente Paul Auster. Físicamente, me refiero, no es que haya enterado de si traicionó o no a su mujer con su agente o que mató accidentalmente a su patito poniéndolo a secar en el microondas. ¿Culpable o inocente? Me da igual. El caso es que no lo había visto nunca o, al menos, no soy consciente de ello. Y como no lo había visto, me lo había inventado. ¿Cómo era? Pues como el Paul Benjamin de Smoke. Bueno, no, miento: era el Paul Benjamin de Smoke.

Cuando se me ocurrió escribir esto pensaba que podría utilizar la edad como excusa, pero luego me dio por mirar google -en lo que ha sido mi mayor esfuerzo documental para escribir algo que no fuera la tesis- y resulta que la película es de 1995. Así que no, porque con 16 años las hormonas serán muchas, pero las excusas pocas. En realidad es que mi cacao mental era mucho peor: estaba convencido de que la película era una adaptación de la Trilogía de Nueva York y, por lo tanto, la primera de una serie de tres. Y ni la “Trilogía…” son tres libros, ni la película adapta nada ni Auster se reservó el papelito. Pleno. Supongo que será todo culpa de una de esas bromas que nos juega la memoria, asociaciones de ideas mezcladas con cierta falta de atención al detalle y con una pizquita de tara mental como aderezo. Aunque bueno, en realidad al que íbamos a ver era a Harvey Keitel, todo hay que decirlo. En aquel momento Auster era para mí un desconocido.

Dos: La Decisión. Siempre hay que tomar una en los momentos trascendentales de la vida, los que marcan un antes y un después. Y este lo era. No como la revelación de que Chema, el panadero de Barrio Sésamo había cambiado “la harina por la cocaína”, o la de que Venice Beach estaba en California y Hulk Hogan no era veneciano. Y como aquellas veces, decidí no hundirme y seguir adelante, demostrar mi madurez. ¿Que cómo lo hice? Pues como se tiene que hacer, negándolo todo y seguir pensando que yo tenia razón. Eso sí, disimulando frente a los demás y haciendo como que reconociste el error. ¿La madurez no era eso?

No tengo miedo a las represalias. Sé que la palabra “tesis” hizo que el 98% de las personas dejaran de leer y, que Barrio Sésamo ahuyentó a los despistados que aún seguían en ello. Los que quedan son lo que, como yo, seguimos creyendo en la inocencia de Chema y en la nacionalidad italiana de Hulk Hogan. Somos el fallo del sistema. 

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