“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

TRISTE Y SOLA...

Y al final se firmó el decreto de expulsión: tunos y judíos fuera. Ya está bien, al carajo con ellos. El problema vino cuando los tunos se pusieron a tocar y cantar en la cubierta del barco para despedirse y los judíos juraron que no viajaban con semejante calaña: “Con esos no nos montamos, así que vosotros veréis”. Y claro, dinero para más barcos no había, porque como es lógico no lo iban a poner los judíos. Así que hubo que elegir. Y en este país siempre nos ha podido la farra. Así nos va.

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