“Cuando encuentres a Buda, mátalo”. No lo digo yo, lo dice el proverbio. Y es que además ese cabrón se le parecía: gordo, calvo, con los ojos rasgados… si hasta vestía de naranja. Estaba claro, ¿no? ¿Quién coño iba a pensar que en China también había repartidores de butano?

SÍNDROMES VI. SÍNDROME DE PETER PAN.

Síndrome: sust. Del griego syndromos, concurso. Conjunto de síntomas que constituyen una patología.

Síndrome de Peter Pan: Trastorno psicológico que se manifiesta en las personas adultas mediante un comportamiento infantil o un rechazo frente a toda responsabilidad. El sujeto crece pero reconociéndose a sí mismo únicamente en las imágenes de su infancia, desarrollando en su personalidad rasgos de rebeldía, cólera, narcisismo, arrogancia, dependencia, negación del envejecimiento, manipulación e, incluso, la creencia de estar más allá de leyes y normas. Bajo esta apariencia de irresponsabilidad suele ocultarse un cuadro de inseguridad y miedo a no ser aceptado o querido.


Ni relámpagos azules ni pollas. El olor a niño. Eso es lo que activa el síndrome de Peter Pan. Este también lo tengo, claro, supongo que por esa manía tan infantil mía de coleccionar cosas. Putos síndromes…

Bueno, lo que te decía. El olor a niño. Un día pasas por delante de un colegio, entre todas esas personitas con el baby puesto como la capa de Supermán y notas que huelen distinto. Huelen a niño. En ese momento se te vuelve todo del revés, como cuando abres la ventana para ventilar la casa pero resulta que vives justo encima de un kebab. Una experiencia traumática, créeme. Así que entras en barrena y comienzas una huida hacia delante, porque no lo quieres asumir.

Hay muchas formas de resistirse. Una son los semáforos con cuenta atrás. Todo un deporte de riesgo eso de cruzar la calle con el muñeco verde haciendo guiños integrales antes de ponerse en rojo. Otra es la masturbación compulsiva. Una opción tan respetable como cualquier otra, que conste. ¿Sabes una duda que me corroe sobre eso? No, no tiene nada que ver con el Capitán Garfio, es otra cosa. ¿Cómo se las apañaban los T-Rex con esos brazos tan cortos? ¿Se lo harían unos a otros? Porque vale que tenían un cuello extraordinariamente flexible, como para compensar, pero ¿y los dientes? No sé yo si me merecerían la pena todas esas rozaduras. Aparte, te asustaría saber la cantidad de gente que ha muerto intentando hacer algo así, en serio. Es muy peligroso.

También lo es este síndrome, para mí de los que más, porque esa no es la única manera de romperse el cuello –aunque quizás sí la más embarazosa de contar. Volver tanto la vista atrás es otra, y muy común. Yo no me lo he roto, todavía, pero las chispas que provoca el roce entre mi barba y las etiquetas de la ropa son casi insoportables. Por no hablar de que te queda toda hecha una pena, llena de boquetes. Y hay que asumirlo: a esta edad, los agujeros en la ropa ya no le hacen gracia a nadie. Ni a ti mismo, casi. Sobre todo en los calcetines. Porque seguimos igual de perdidos, pero ya no somos niños. Y además, porque lo que se aprecia en un queso –el olor fuerte y los agujeros- es la condena de un calcetín.

Me ha costado darme cuenta, no creas, porque con eso de que el pasado es un catarro mal curado solía tener la nariz tapada. Y no me digas que eso es por quedarme dormido en el sofá, porque no. Ni vayas a sacarme lo de la autoestima, que te conozco y sé que lo estabas pensando…

1 comentario:

  1. Me he reído sola en medio de la clase leyéndote. Después he pensado, "ey! este tío se ha metido en mi cabeza o en uno de mis textos!!" No sé qué será :P ya veremos

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